Hoy y siempre, a quienes creemos que convivir en una sociedad pacífica es mucho menos que una utopía y bastante más que una humana aspiración, nos sigue pareciendo insoportable e intolerable el número de mujeres que, día tras día y año tras año, muere a manos de sus maridos o parejas sentimentales. La mitad nos parecerían muchas y una sola mujer, también. La violencia humana, en cualquiera de sus múltiples manifestaciones es sencillamente despreciable, y la violencia contra las mujeres --ya sea doméstica o de género-- es siempre injusta, indigna, vergonzosa y cobarde allí donde ésta tenga lugar, bajo toda circunstancia y en nombre de cualquier causa.

Consecuentemente, seguimos sin tener nada que celebrar hoy, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Muy al contrario, la conmemoración de este día es muestra de una indignación que sólo puede prestarse al doloroso recuerdo de las víctimas para, de esta manera, fortalecer nuestra voluntad de seguir luchando y trabajando en la erradicación de una violencia tan irracional como mezquina. Y al conmemorar, al hacer memoria, lo que pretendemos desde las instituciones públicas es manifestar nuestra firme convicción de que sólo a partir del compromiso de toda la sociedad seremos capaces de acabar con tan, hasta ahora, insuperable obstáculo.

XASUMIMOS LAx muerte y el sufrimiento de cada una de estas mujeres no como un destino insalvable sino como la más lamentable, absurda e irracional pérdida que implica toda lucha. Pensar lo contrario supondría un vano intento por ocultar la cruel evidencia de que hasta que consigamos alcanzar el objetivo de ver cumplido nuestro deseo de convivir en igualdad, seguirán muriendo mujeres todos los días del año. Que una mujer muera al ser víctima de la violencia de género en nuestra región, en el otro extremo de nuestro país o del mundo, no debería ser una cuestión intrascendente. ¿O acaso podemos ponerle límites territoriales a nuestra conciencia?

Un problema tan grave como el de la violencia contra las mujeres, con un alcance y dimensión social tan considerable, exigía un marco legal del que afortunadamente ya disponemos desde hace años. Contamos con unas leyes que proclaman la igualdad entre mujeres y hombres como condición indispensable para acabar con la violencia; leyes que contemplan proporcionadas sanciones penales, con un número de medidas suficientes para prevenirla y con la prestación de servicios eficaces para atender a las víctimas. Pues bien, a pesar de todo este esfuerzo, no hemos sido capaces todavía --ni en nuestro país ni en ningún otro país del mundo-- de acabar con la violencia hacia las mujeres.

Si todas las leyes necesitan del respaldo de la ciudadanía, algunas lo necesitan más que otras. Lo mismo puede decirse de los planes para la igualdad de oportunidades de las mujeres de Extremadura que hemos puesto en marcha hasta la fecha en todas las comunidades de nuestro país. Sin el compromiso individual y colectivo de todos los ciudadanos y ciudadanas, difícilmente lograremos construir una sociedad en la que hombres y mujeres podamos desterrar definitivamente las desigualdades existentes. Injustas desigualdades que no solo desembocan muchas veces en situaciones de intolerable violencia sino que, además, no contribuyen en absoluto a hacer más próspero y habitable el tiempo y espacio que nos ha tocado vivir.

La campaña que hemos puesto en marcha este año, de poco servirá si no consigue conmover nuestras conciencias y acabar con la tibieza que de manera generalizada, como miembros de una sociedad democrática, venimos mostrando ante la violencia contra las mujeres. Eludir nuestro compromiso ciudadano de no tolerar cualquier manifestación de violencia por razón de género bajo el débil argumento de que este transcendental problema social no nos afecta, es poco solidario y nada ejemplarizante para las presentes y futuras generaciones.

Hoy como todos los años y desde la Asamblea de Extremadura, máximo órgano de representación y espacio donde debería hallarse la opinión pública de todas y todos los extremeños, volveremos a renovar nuestro compromiso con todas y cada una de las mujeres que han sido y son víctimas de una situación tan dolorosa para ellas como vergonzosa para toda la sociedad. Asumiremos públicamente nuestra responsabilidad e intentaremos convencer a quienes no lo están de que --como decía al principio-- una convivencia en igualdad y sin violencia hacia las mujeres es mucho menos que una utopía y bastante más que una humana aspiración.