Escritor

Investigando sobre el siglo XVI español, especialmente sobre el interesante periodo que se corresponde con los dos últimos años del reinado de Carlos V, descubro la presencia de curiosísimos personajes cuyas interesantes vidas no se agotan. Especialmente, desde finales de 1556, la llegada del Emperador a la Vera para revisar personalmente las obras del monasterio de Yuste, donde tiene planeado su retiro final, convierten a la región en un punto de referencia de inestimable valor para el estudio de esta interesantísima época. En Yuste se darán cita el Duque de Gandía, san Francisco de Borja; el arzobispo de Toledo, Carranza; Guillaume de Van Male, un humanista de fuste que figura a la cabeza de los ayudas de cámara del Emperador; su secretario Martín de Gaztelú, el noble Luis Méndez Quijada, en cuya descendencia imaginará más adelante Cervantes al hidalgo Don Quijote; el relojero real Giovanni Torriano, Juanelo , el arquitecto Juan de Herrera, entonces un joven guardia al servicio del Emperador; don Fernán Alvarez de Toledo, conde de Oropesa, que prestó su castillo de Jarandilla como residencia al Emperador mientras se concluían las obras; su hermano don Francisco de Toledo, sumiller imperial que llegará a ser virrey en la Nueva España...

En fin, es en estos momentos el norte de Extremadura un ir y venir de lo más granado de la nobleza española, dando por descontado, naturalmente, las frecuentes llegadas de los miembros de la familia real: el Propio Felipe II, el adolescente Juan de Austria, la reina Juana de Hungría, hermana de Carlos V, y la malograda Leonor de Austria, que se sintió indispuesta en Talaveruela y murió al poco, afligiendo esto grandemente al Emperador, que ya estaba débil y enfermo.

Hay un personaje muy destacado en la vida española del Renacimiento que está unido estrechamente a este momento y cuya presencia pasa algo desapercibida. Me refiero a don Luis de Avila y Zúñiga, el que era comendador mayor de la orden de Alcántara y que vivía por entonces en Plasencia, en el palacio de los Marqueses de Mirabel que tan bien se conserva en esa preciosa ciudad extremeña.

Don Luis había estado siempre muy unido al Emperador; le había servido en distintos destinos militares y políticos en Africa, Alemania e Italia. El propio Carlos V le llama "testigo de mis pensamientos", no en vano, pues se había convertido en su historiador y cronista incondicional, cantando los memorables hechos de guerras, victorias y embajadas de su señor.

Se cuenta que en Túnez don Luis salvó la vida del Emperador al darle su propio caballo cuando el del César cayó muerto. Fue también su embajador en las más difíciles gestiones para los asuntos del Concilio ante Paulo III y Pío IV. Y editó en Venecia en 1548 una obra suya a la que titulaba La guerra de Alemania hecha de Carlos V Máximo, Emperador Romano, Rey de España , la cual editó luego en varios idiomas.

Me encanta imaginar a este gran señor, de personalidad renacentista ditirámbica, recreando ante su Emperador los hechos del pasado, nostálgicamente, entre los más exquisitos platos y los mejores vinos, en la mesa de Yuste, como a Carlos le gustaba.

Del singular don Luis de Avila hizo buen recuerdo el egregio médico placentino Luis de Toro, describiéndole como verdadero hombre del Renacimiento y elogiándole encendidamente: "Te deleitas con la Filosofía, gozas con la Historia, amas a los poetas, penetras con admirable sagacidad en lo más recóndito de las disciplinas, investigas con ingenio y tu juicio prevalece...".

Pues bien, este egregio personaje, como su amado y admirado César, eligió Extremadura para su retiro. Casó con la heredera de los Mirabel y vino a habitar su palacio en Plasencia, convirtiéndolo en antesala de Yuste. Todo el que quería visitar al Emperador debía pasar por él. Se trata de una residencia magnífica, lujosa, impregnada toda ella del influjo clasicista tan propio del gusto de don Luis de Avila. En el patio este estilo es patente en las galerías con columnas dóricas y jónicas. Hay elegancia, proporción y amor por el mármol, elemento clásico por excelencia, y un toque de refinamiento que se superpone al originario palacio medieval.