TLta costumbre europea de poner a cada calle el nombre de un héroe o de una celebridad a veces próxima, a veces lejana, puede provocar problemas que en otros lugares tienen superado de la forma más cartesiana posible mediante combinación de letras y números. Sin embargo, aquí pudimos ver hasta bien entrada la democracia que la continuación de la calle San Juan de Badajoz llevaba el nombre de la División Azul y que la sede de CCOO en Cáceres estaba (¡y está!) nada menos que en la calle del General Yagüe. El nombre de las calles puede quedarse en una mera anécdota, pero homenajear a alguien que porta la cruz de hierro hitleriana por el hecho de haber acudido como voluntario a apoyar el nazismo es algo que no se merecen nuestros ojos de siglo XXI.

El gobierno de Rodríguez Zapatero tiene en José Bono un personaje capaz de dar explicaciones a casi todo convenciendo a casi nadie: No cabe duda de que a Trillo le habrían llovido hasta sapos y culebras si se hubiese atrevido a una medida similar, pero parece que el manchego, al igual que otros miembros peculiares del PSOE como el alcalde coruñés, tienen patente de corso para discrepar con mucha mano derecha (tal vez demasiado a la derecha) de quienes desde sus propias filas y desde sus apoyos parlamentarios han venido luchando para que la memoria histórica no se convirtiera en amnesia futura. Quizá el ministro intentaba cerrar viejas heridas pero ha dejado sin argumentos a quienes pretenden explicar a las generaciones futuras que un monstruo como el nazismo existió y que un gobierno español ilegítimo lo apoyó. Esperemos que la próxima vez que enseñemos nuestras ciudades a un extranjero no tengamos que sonrojarnos por el nombre de las calles.

*Profesor y activista de los derechos humanos