XSxon numerosos los artículos realizados con motivo de la reforma de la ley educativa iniciada por el Gobierno. Es lógico. La educación, elemental o primaria, nos alcanza a todos en uno u otro grado, en un momento u otro de la vida (quién no tiene escolares en casa o en la de sus amigos o parientes) y a algunos, que elegimos la docencia por vocación, de manera tan continuada, de modo tal, que así como la ropa acompaña al cuerpo y lo ciñe, los preceptos educativos nos acompañan y aparecen cuando reflexionamos o actuamos en situaciones diversas.

Los niños nacen en una familia y van a la escuela y entre esos dos polos, amén de la propia sociedad que sin duda influye en el proceso poderosamente, se desarrollan los primeros años de educación. Se supone que las influencias de una y de otras se complementan o se anexionan, se nivelan o contrarrestan. La escuela socializa al niño, lo vuelve un ser social quitándole el ímpetu y la creatividad; pero dejándolo listo para aceptar las convenciones sociales que le permitirán vivir entre semejantes en un juego de pros y contras que otro día analizaremos.

Puestas así las cosas sorprende en algunos artículos, críticos con la reforma educativa, el uso aprovechado de la figura de los padres y su intento de utilización de los mismos como ariete contra el Gobierno, ya que --según la línea argumental-- no se cuenta con su derecho irrenunciable a elegir el centro educativo para sus cachorros.

Cuando una lo lee no puede menos de preguntarse dónde quedaría tal derecho de los padres en cualquiera de los pequeños pueblos de nuestra geografía nacional si dependiera de la iniciativa privada la posibilidad de que sus hijos fueran a un colegio para recibir las primeras lecciones. La experiencia demuestra que aquélla, y es lógico que así sea, no se establece en cualquier lugar. Necesita ingresos que salven los gastos y ello sólo puede producirse en sitios donde la población, que es quien paga, garantice que la oferta vendrá seguida de una demanda con los correspondientes recursos económicos que permitan a la empresa subsistir e incluso ganar dinero.

Arengar a los padres de esta manera en la controversia sobre la bondad o no de una norma educativa no deja de tener su punto de malicia y aún de cinismo sobre todo si no se utiliza la misma beligerancia para intentar comprometerlos en otros aspectos educativos en los que los padres tienen un papel importante que cumplir como por ejemplo cuando los niños o niñas beben o se drogan con peligro evidente para su salud y donde desafortunadamente no todos están a la altura de las circunstancias.

Ahí sí que los eternos defensores de los derechos de los padres deberían exigir con idéntica rotundidad la obligación de éstos (derecho y obligación son dos caras de la misma moneda) a posicionarse en la primera línea de combate y no mirar hacia otro lado con el latiguillo de que a mi hijo no le ocurren esas cosas . Y es que el talento precisa de la hondura para dar sus frutos.

*Profesora