Tras un funeral celebrado en la parroquia de San Bartolomé, en Alange, en honor de Germán Pérez Burgos , las cenizas del soldado extremeño fallecido días pasados en Afganistán, fueron enterradas en su pueblo. Con la asistencia de Guillermo Fernández Vara , tratando de imprimir todo el dolor del pueblo extremeño.

Germán era un joven emigrante extremeño, como los hay desparramados a miles por numerosos lugares, y que un durísimo día tuvo la necesidad de preparar las maletas, para encontrar la muerte en medio del fuego talibán, mientras cumplía con sus obligaciones militares esforzándose de modo ardoroso en defender la paz, el orden y el nombre de España. Una tarea a la que se dedicó desde la más firme rectitud castrense.

La complejidad de no encontrar un trabajo en su tierra, a la que se había agarrado desde la niñez como un crío al pecho de la región extremeña, donde anhelaba vivir en medio del paisanaje amigo, le llevó, entre regueros de sudor y dolor, a afiliarse a la caravana de la emigración, que tanto aprieta las clavijas a nuestra tierra. Una dura brega, por las enmarañadas riadas migratorias, que nos han ido conduciendo a tantos por tan diferentes veredas de esa pasión llamada Extremadura entre llantos y alejamientos geográficos y familiares.

XGERMAN, ELx soldado caído, galopó, con tristeza e ilusión al tiempo, a lomos de los desbocados caballos de la emigración con la mirada perdida entre los paisajes de la ausencia. Galopadas casi siempre duras y penosas. Entonces buscó, afanosamente, entre sudores, el pan y la lucha por abrirse paso en ese entramado de reencontrarse consigo mismo. Tras pasar por el Cuerpo de bomberos se encontró con la llamada militar. Una institución a la que se entregó con el pundonor que siempre le distinguió desde el anonimato y la luz de cumplir con una misión de excepcional relieve y problemática como la de prestar sus servicios en Afganistán, donde las Fuerzas Internacionales libran la batalla de la paz.

A caballo de sus inquietudes, entre la familia, la tierra parda y el Ejército, volcaba los afanes de su vida. Y hasta su Alange del alma, un pueblo que hoy se halla roto en lo más profundo de sus gentes, con las banderas a media asta, acudía con la frecuencia que hallaba un tiempo libre de juventud y una emoción profundamente extremeñista.

En Afganistán, necesitado de la cooperación internacional, se volcó con esa encrucijada de colaborar en misión de paz. Le honraba su cometido hasta ser consciente de que en cualquier momento podría derramar su sangre de soldado extremeño por aquellas complejas campas, donde cada día nacen con la amenaza de la desesperación y la locura, las bombas, las emboscadas y las metralletas del ataque enemigo. Un fuego que aparece, a cada instante, por cualquier esquina, en uno de los conflictos más sangrientos de la historia de hoy.

Pero aún así Germán Pérez amanecía, cada día, con el sueño del cumplimiento y el sacrificio del deber al tiempo que miraba, esperanzado, hacia los horizontes de la España de su pasión, de la impresionante hondura de los paisajes de Alange que llevaba en sus adentros, aspirando, desde el riesgo de la respiración contenida en cada segundo de su estancia en el país afgano, con el regreso a nuestro país cuando apenas le restaban tres semanas para abandonar el contingente español, en el distrito de Shewan, en la provincia de Farah, perteneciente a la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad.

Y, justo en ese tiempo, un lunes negro de septiembre, crucificado de muerte, le acribilló su esperanza y su vida y se lo llevó por delante cuando el vehículo blindado en el que circulaba, correspondiente a la Base de Apoyo Avanzado de Herat, se encontró con una mina en el camino.

Alange, Badajoz, Extremadura y España entera han llorado, desde la consternación más emotiva, ante las imágenes del soldado desaparecido, con una trayectoria de generosidad castrense, de esmero, entre la sencillez, la humildad, el valor y la honestidad del soldado extremeño. Imágenes amortajadas en un féretro, que guarda el tributo de la vida, con miles de ensoñaciones de juventud, y envuelto, ahora, con el dolor y el honor de la enseña nacional de nuestro país entre un cúmulo de lágrimas, al son de acordes militares y fúnebres. Al fondo el ruido de la miseria de las bombas y de los enfrentamientos. Y más al fondo el hermoso y lejano silencio de la paz con cuyos pinceles se recreaba.

A estas horas se escucha el llanto desconsolado de su esposa, el silencio de la campiña extremeña, el resquebrajamiento de Alange y el repiqueteo de las campanas de nuestra tierra, sonando en honor de un soldado de Alange, Germán Pérez Burgos, fallecido en acto de servicio y en la contradicción de luchar por defender una misión de paz.

*Periodista