A menudo he oído decir, como si fuera en sueños, que aquel que se apodera del arco iris de los colores para colocarlo en una tela transformado en la imagen de un hombre es más que el que hace las sandalias para nuestros pies; pero yo pienso y digo, no en sueños, sino en la vigilia del medio día, que el viento no habla más dulcemente a los robles que a la menor de las hojas de hierbas que pisamos. ¿Qué puede significar esa proliferación de presidentes de honor, alcaldes honorarios, doctores honoris causa? Mientras muchos disfrutan de sus títulos honoríficos, otros permanecen en el silencio y sin honor. Al parecer, en nuestra sociedad hay puestos honorables y otros que no lo son. ¿Cuándo aparecerán los dependientes honorarios, los braceros de honor o los peones honoris causa? ¿Llegaremos a ser algún día personas libres a título honorífico? Parece que es el puesto lo que confiere categoría y dignidad a una persona, y no la persona la que hace digno y estimable cualquier puesto. No sé porqué; pero es así, que el honor adscrito a ciertos puestos convencionales prevalece sobre la carga de responsabilidad inherente a los mismos. Mientras el honor se dedique a mandar en vez de servir , habrá que contar con que la vanidad desplace a la honestidad. Y habrá que lamentar la irresponsabilidad y la incompetencia de los que sólo aspiran a ocupar los primeros puestos de la pirámide de la vanidad humana. Pues el vanidoso, como el pavo real, pone más cuidado en extender las plumas para ofrecer una bella imagen, que en cubrir con ellas sus propias vergüenzas. La vida me enseñó que donde no quiere presidir un hombre responsable, hay un vanidoso dispuesto a presumir.