WEw l acto que tuvo lugar ayer en el patio de la Asamblea, la toma de posesión como nuevo presidente de la Junta de Extremadura de Guillermo Fernández Vara, significa para esta región ´mucho más que un relevo´. No se va un presidente, sino ´el presidente´ de la Extremadura autónoma, es decir, de la Extremadura del último cuarto de siglo, un hombre sobre cuya gestión se han vertido y se seguirán vertiendo decenas de calificativos, elogiosos y críticos. En esta hora del adiós, quizás lo mejor es renunciar a ellos. Porque la estatura de su gestión está marcada en el hecho de que, durante 24 años, ha sido presidente porque los extremeños así lo han dicho en las urnas, que es la ley de la democracia.

A Guillermo Fernández Vara le toca gestionar una región con problemas bien distintos, pero no por ello menos importantes a los que tuvo Ibarra cuando accedió a la Presidencia de la Junta preautonómica. Ya no hay que levantar una red viaria acorde con la fecha del calendario, ni preguntarse dónde están los empresarios de esta tierra, ni que la mayoría de los desvelos fueran por la inquietud del futuro de un sector agrario que hace 24 años tenía dos rémoras lastradoras: una mentalidad más propia de la derecha agraria de la II República que la empresarial de un país moderno, y una mano de obra sujeta al campo, viviendo de subsidios y sin apenas posibilidad de forjarse un porvenir dentro de la propia Extremadura. Fernández Vara no tendrá que enfrentarse a la incomunicación entre las localidades extremeñas, a la falta de una universidad con capacidad para ofrecer instrucción superior a los jóvenes de su tierra, ni siquiera a la falta de cohesión regional que dificultaba, por falta de aliento interior, cualquier proyecto colectivo. El nuevo presidente tendrá que gestionar la solución no a problemas de escasez, sino de enfoque. Y bien es sabido que los primeros son más lacerantes que los segundos, pero de solución más simple: las carreteras suplen a la falta de carreteras; y la oferta universitaria a la ausencia de ella.

Ahora Extremadura es más compleja: sus problemas no son de participación o no en la pelea por el progreso, sino de que esa pelea hay que ganarla, porque ya dispone de herramientas para enfrentarse a ese reto. Y ese reto se empieza ganando por el empleo. Fernández Vara dijo en su discurso de investidura que "no hay política más social que la de que la gente pueda trabajar". Y bien podría haber añadido que el trabajo hace que los derechos de que disfrutamos sean considerados, efectivamente, derechos y no solo prestaciones a las que se tiene acceso por nuestra carta da ciudadanía. Trabajo. Más trabajo; he ahí un afán para el nuevo presidente y su gobierno. Extremadura ha ido disminuyendo su tasa de paro en el último año y medio, pero aún está lejos de los niveles de creación de empleo de otras comunidades, algunas de las cuales están ya en una especie de pleno empleo técnico. ¿Por qué no habría de ser en Extremadura?

El nuevo presidente dispone de un gran capital político que le han depositado los ciudadanos, otorgándole una holgada mayoría absoluta. Lo tiene, por tanto, todo a su favor para ser ambicioso. Hay que exigirle que lo sea.