El ser humano se diferencia por su capacidad de empatizar con el otro, por ponerse en su lugar, ser consciente de su dolor y sufrimiento. Pero esta cualidad que debería presidir nuestras actuaciones todos los días del año ha desparecido casi por completo. Me estoy refiriendo al caso de la niña del colegio de Mallorca golpeada hasta llevarla a una cama de hospital por sus compañeros. Algo debe funcionar muy mal en nuestra sociedad si suceden estas cosas. Y lo peor es la sospecha de que no tenemos toda la información que debiéramos sobre el caso, que lo políticamente correcto se ha extendido como una losa para tapar lo sucedido. No cabe en cabeza humana que niños de 12 le den una paliza a una niña de 8, un ser indefenso, vulnerable y aún en formación. No entiendo este último proceder de los muchachos, escudados en la horda, en el irracional colectivo para cometer una tropelía de este calibre. Menos comprensible aún es que las autoridades hablen de que se trata de una simple disputa y no un caso de lo que ahora se llama bullying. Creo que incluso se le quiso quitar hierro a las lesiones que había sufrido la pequeña insinuando que la familia las había exagerado. Señores, en un colegio público no se puede consentir ni un rasguño a un alumno. Y todo esto ante el mutismo casi absoluto del colegio y unas sanciones a los agresores mínimas y tapabocas. Las versiones sobre cómo empezó todo son contradictorias. Una habla de que la niña jugaba al fútbol y se la tildaba de marimacho. Otras que el equipo contrario perdió y que sus integrantes corrieron tras ella hasta derribarla. Un minuto de horror… y una niña en el hospital. Hasta la Asociación de la Prensa de Baleares ha tenido que explicar los protocolos en el tratamiento informativo del caso. Al final, nadie asume ninguna responsabilidad y todos se van de rositas en un caso del que -me temo—solo ha aparecido la superficie. Refrán: Nacemos vulnerables, vivimos indefensos y morimos desamparados.