TSteguro que la palabra Obama está siendo la más pronunciada en el mundo durante estos días, y Barack la segunda; y al menos tres tercios de la población mundial las pronuncian dibujando una sonrisa tipo anuncio de cola-cola en sus labios, los restantes con cara de estreñimiento. De momento las televisiones nos están sirviendo la parafernalia de su coronación, celebrada casi al estilo de Napoleón --como lo plasmó el pintor David --, aunque en este caso sin mitra y sin báculo. A saber si el nuevo mandatario norteamericano hubiera preferido un acto menos rimbombante, pero los estadounidenses son muy amigos de magnificar en exceso todo tipo de eventos. El caso es que este hombre de piel muy morena y planta de vendedor de biblias se está metiendo en nuestras casas a todas horas sin la necesidad de llamar a la puerta, como si fuera Dios, y nos habla de cosas que queremos oír, aunque seamos sinceros, nos cueste creer todas.

Todos especulamos en tertulias sobre las posibilidades que tiene Obama de cumplir sus promesas. Agoreros, cautos y optimistas difunden las razones de sus pronunciamientos. Incluso algunos ven en Obama un mesías contemporáneo. El humorista gráfico Nando , con la habilidad sarcástica que le caracteriza, ha representado en una viñeta a Obama entrando en Jerusalén a lomos de un burro, tal como lo hizo en su día Jesucristo. La comparación de Nando no es nada disparatada. Al igual que Jesucristo, Obama procede de familia muy humilde y con mucho esfuerzo ha tenido que hacerse a sí mismo y ganarse adeptos, predica nuevos conceptos de igualdad entre los hombres, se pronuncia contra la codicia humana, contra el abuso de poder de los mandatarios políticos, no es homosexual pero los comprende y asume sus derechos, uno de sus principales retos es afrontar los conflictos de Oriente Medio desde la paz y es un hombre profundamente religioso. Se diría que Obama habla de lo mismo que en su día habló Jesucristo, y sin embargo sus mayores detractores, por lo menos en España, son los que más veneran el crucifijo.