Dramaturgo

Algo tienen los espacios destinados a acoger pasajeros fugaces. La acumulación de historias entre sus cuatro paredes no puede dejarlos indemnes. Una habitación de hotel siempre esconde un misterio, o muchos. Una cama de hotel soporta a lo largo de sus años de servicio más de una historia de amor o desamor, más de una concepción o una muerte, más de mil sueños, más de mil placeres y esperas. El tránsito de clientes hace que a la pareja de recién casados, le siga un asesino, un iluminado, una pareja aburrida, un ilusionado ejecutivo joven, un enfermo que se agarra a la última esperanza, un hombre, una mujer, muchas personas que poco tiempo después olvidarán el número de aquella habitación a pesar de haber dejado en ella un pedazo de su biografía.

Pernocté una vez en una habitación de hotel en la que se había rodado una escena de una conocida película, ni que decir tiene que el contenido de mis sueños se mezcló con las imágenes de aquella cinta otoñal. En otra ocasión fui alojado en una habitación en la que se cometió un crimen y desde la que fue arrojada una mujer por la ventana. Imaginé el rostro de esa mujer, sus gestos desesperados antes de caer al vacío, sus súplicas al asesino, su entrada en la habitación ignorante del modo como iba a salir. Imaginé al hombre que la mató, un viajante de comercio sin ningún dato que pudiera descubrir una vida fuera de lo normal, un cliente habitual, según me contaron, que de vez en cuando solicitaba los servicios de una prostituta.

Posiblemente alguien, quien me suceda en la habitación que ocupo, se esté preguntando lo mismo que yo me pregunto. Los retales de las horas que he vivido en ese lugar, se lo están induciendo.