En 1986, a raíz del desastre de la nave Challenger, la NASA tocó fondo y estuvo en el dique seco durante una larga temporada, pero emergió en 1991 con un nuevo transbordador, el Endeavour, y ahora vivía una época de relativo esplendor, con un confortable ritmo anual de cinco misiones tripuladas y varias sondas de exploración. ¿Podrá rehacerse de nuevo tras el trágico accidente sufrido por el Columbia el sábado? Para su desgracia, la industria espacial avanza ante todo con un espíritu romántico, el progreso del saber, que la hace muy sensible a las críticas y a las crisis.

La situación actual es peor que la de 1986 porque la exploración espacial ha perdido parte del impulso político, propagandístico, que la hizo crecer en tiempos de guerra fría. La NASA ha perdido el 40% de su presupuesto en 10 años, y lo mismo sucede en la maltrecha Rusia, que acude a millonarios excéntricos para mantener a flote su programa espacial. En solitario, sin cooperación, ninguna potencia está capacitada para construir la Estación Espacial Internacional (ISS). Y la ISS, el proyecto científico más ambicioso de todos los tiempos, no es una nave más. Es un puerto franco hacia la exploración del universo.