Esta mañana volveré, una vez más, desde Toledo a Cáceres, al ritmo de la sensibilidad. Atravesaré la encrucijada, hermosamente poética, del regreso. Y me abrazaré, con el murmullo de mi silencio y mis reflexiones, a la contemplación de la inmensidad de los mágicos horizontes de Extremadura. En algún momento haré, como tengo por costumbre, un alto para escuchar la profundidad del murmullo del campo, el olor a quejigo y encina, quiquiriqueo de un gallo, el balido de un rebaño, la casa perdida y llena de vida. Todo un puñado de recuerdos como eslabones en el camino de la vida.

Y es que a la una de la tarde de cada seis de enero, diríase que con lo que podríamos denominar el comienzo del año poético de la capital de la Alta Extremadura, la estatua de Gabriel y Galán, el cantor de El Ama y El Cristo Benditu , que se alza, solemne, allá en el Paseo de Cánovas, mientras sus versos vuelan libremente pletóricos de hondura, al ritmo de los vientos y los aires, y ante los viandantes que circulan con la festividad del día de Reyes, se rodea de un grupo de amigos, de estudiosos, de seguidores del poeta que lanzan, al aire de la cacereñidad, la savia que emanaba de un vate humano, humanístico y popular. Y que, desde su efigie, con la mirada en el trasfondo del agro y el pueblo, nos recuerda, segundo a segundo, el ventanal de una eternidad plena, sencillamente, de poesía.

El mediodía de cada seis de enero un grupo de apasionados extremeños por la cultura y por la propia sencillez de sus veredas, como forma de exaltar los vergeles de nuestra tierra, y, además, labrando y haciendo camino al andar, de forma incansable, Joaquín García-Plata, Antonio Viudas Camarasa, Manuel Vaz Romero, Teodoro Fernández, Delfín Hernández, Matías Simón, Luis Martínez Terrón , y otros, declaman versos del poeta y poemas creados por ellos mismos en la sorprendente estampa de los amaneceres, de los crepúsculos, de la soledades de Cáceres.

Se trata, tan solo, de un entrañable homenaje popular. Y donde hasta un montón de poemas de chiquillos, que sienten el galopar del numen poético por sus entrañas, concursan con sus versillos de ingenuidad y relieve. Ni más ni menos que como el ejemplo de la fértil obra que heredamos de José María Gabriel y Galán .

XSE ESCUCHANx, pues, tan solo, versos cálidos y auténticos. Se rinde un tributo de admiración popular a uno de los más eximios cantores de Extremadura. Se siembra la estela de continuar haciendo cada seis de enero un monumento tan singular como el que hoy se tributa a Gabriel y Galán. Un acto, sencillamente, ejemplar para continuar seguir reivindicando la cultura popular extremeña más auténtica.

Se cruzan, junto al ventanal de los fríos, los haces de colores del sol del invierno cacereño, y sus rayos, irisados, que se concentran, como un foco, en la imagen del poeta. Y refulge, también, la belleza musical de la Banda Municipal. Se vuelve a recuperar la esencia del mensaje de Gabriel y Galán. Luego, dejándonos acariciar por el abrazo amigo, luz, color, sol, nobleza, y en medio del bullicio del paisanaje, una corona de flores irá soltando, paulatinamente, sus pétalos quedar enterrados en el paisaje, mínimo, pero gigantesco, de la estatua. Hasta que el próximo año los amigos de Gabriel y Galán volvamos a reunirnos para charlar de y sobre el poeta, a sugerir iniciativas, a dar otro paso en la senda del cacereñismo más auténtico.

Y con una copa de vino de pitarra y una caldereta la despedida.

Posteriormente la nostalgia se embarga con el dolor del regreso. Cómo me dueles Cáceres, en y desde la ausencia, cuando yo solo, con mi torpe palabra, digo: ¿Ondi jueron los tiempos aquellos/ que pue que no güelvan,/ cuando yo jui persona leía/ que hizo comedias/ y aleluyas también y cantaris/ pa cantalos en una vigüela?

O, tal vez, aquellos otros: He dormido sobre un lecho de lentiscos/ embriagado por el vaho de los húmedos apriscos/ y arrullado por murmullos de mansísimo rumiar,/ he comido pan sabroso con entrañas de carnero/ que guisaron los pastores en blanquísimo caldero/ suspendido en los llares sobre el fuego del hogar./

Y es que este año es el primero en el que mi padre, Valeriano Gutiérrez Macías , no puede estar, ni tan siquiera espiritualmente, abrazado a la estatua del cantor cuyo homenaje, como el de hoy, cinceló con singular esmero, junto a tantos buenos amigos, hace ya muchos años.

*Periodista y poeta