WEwste año, el macropuente formado por el Día de la Constitución y el de la Inmaculada Concepción han convertido en prácticamente inhábil una semana entera, a pocos días de las navidades. La irracionalidad de este calendario es evidente. Las familias han tenido problemas para conciliar los días festivos de padres e hijos, la mayoría de quienes han podido viajar durante estos días han aprovechado sólo parte del puente y muchas industrias han concentrado los días festivos al principio o al final de la semana. Es decir, muchos ciudadanos y empresas han adaptado a la realidad un calendario festivo oficial absurdo. Otras compañías han quedado prácticamente en servicios mínimos. La Iglesia, amparada por los acuerdos de 1979, difícilmente renunciará a que la Inmaculada sea fiesta laboral. Tampoco sería digno que el Gobierno cediese y no celebrase el aniversario de la aprobación de la Constitución. Pero legalmente puede trasladar cualquiera de estos dos festivos a un lunes para que la distribución del calendario sea más sensata. En 1994, el anterior Gobierno socialista lo intentó, y renunció ante el rechazo abierto del episcopado. Algún día deberá volver a abrirse el debate.