Noviembre de 2010, Rubalcaba, entonces vicepresidente primero del Gobierno, anunciaba por primera vez la necesidad de un MIR Educativo y un Pacto por la Educación, con el mal augurio de que entonces la tarta se partía en trozos grandes y hoy hay más porciones que tarta. En breve, la entonces portavoz del PP en el Congreso de los Diputados, Soraya Sáenz de Santamaría, señalaba que la propuesta fue realizada por su grupo siete meses antes. Ya entonces había un huevo, una gallina y dos gallos.

Hace unos días, el ministro de Educación, Méndez de Vigo, ha vuelto a la carga y ya también le salió otro gallo con la supuesta paternidad. Lo cierto, y viene a la pluma, que no al pelo, es que «Verba volant scripta manent» --las palabras vuelan, lo escrito permanece-- y oficialmente, que no oficiosamente, el MIR Educativo pasó por el Congreso de los Diputados de la mano del extinto UPyD en 2013.

La idea no es mala pero habrá que concretar y no sólo con los políticos. En primer lugar, el MIR debería estar en una hipotética Ley de la Profesión Docente aún por definir y que regularía tanto formación, como requisitos de acceso a cualquier tipo de enseñanza, y carrera profesional. Después buscar un sistema transitorio para los actuales interinos o con experiencia laboral docente y garantizar sus derechos adquiridos con el nuevo sistema. También en qué condiciones laborales y salariales trabajarán, pues no se trata de buscar interinos a mitad de precio. Qué jubilación tendrán y con qué requisitos, pues como mínimo empezarían a ser funcionarios con 28 o 29 años. Y si hablamos de «atraer a los mejores», habrá que mejorar y mucho, las condiciones salariales y sociales pues con estos requisitos y sueldo, mucha vocación hay que tener.

De momento parece que no aprendemos, haya intención de pacto o no. La educación sigue siendo lo que hasta ahora, la gallina con las que todos quieren tener su huevo de oro, pero como empecemos a hacernos los gallitos sin mimar a la gallina, entendida como nuestro sistema educativo, terminaremos otra vez aplicando el gerundio a la misma, que hasta ahora sólo ha terminado como el participio del infinitivo que todos estamos imaginando, y sin amor ni cariño, la gallina no pone huevos.