El carácter imprevisible y los problemas internos que debe afrontar el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, se han traducido en una mayor degradación de las vías de diálogo entre Caracas y Madrid. Cuando, a tenor de la importancia de los intereses en juego, todo inducía a pensar que el líder venezolano limaría las aristas más cortantes de su verborrea desorbitada, ha vuelto a las andadas al anunciar que quiere revisar las relaciones con España. Como si el incidente de Santiago de Chile con el Rey --que le pidió que dejara hablar a Zapatero cuando éste defendía a Aznar tras ser atacado por el venezolano por llamarle reiteradamente fascista-- le hubiese proporcionado munición suficiente para ensombrecer la campaña de la oposición contra su propósito de perpetuarse en el poder mediante una reforma que alarma también a los europeos. La situación en Venezuela es tal que el país está dividido y las manifestaciones contra Chávez están a la orden del día.

Es posible que con el barril de petróleo en máximos históricos (muy por encima de los 90 dólares), el peso de las inversiones españolas en Venezuela sea menos determinante en la suerte económica del país que en otros tiempos, pero no es irrelevante.

Más del 25% del negocio bancario depende de las entidades BBVA y Santander, Repsol YPF forma parte del sector extractivo y de comercialización de hidrocarburos, y Telefónica y Mapfre, por citar únicamente a las empresas más importantes, tienen una presencia significativa en el sector servicios. Estas compañías y otras de menos relieve suman un total de casi 3.000 millones de euros en inversiones, una cifra más que respetable.

Todo lo cual permite afirmar sin asomo de maximalismo que los accionistas y gestores de las empresas españoles tienen derecho a gozar de la seguridad jurídica de la que han disfrutado hasta hoy. Lo cual es radicalmente incompatible con el objetivo de Chávez de "meterles el ojo a ver qué están haciendo aquí". Como si los inversores españoles constituyeran una especie de quinta columna del neoimperialismo que debe neutralizar, empeñado Chávez en llenar con su populismo el vacío dejado por la utopía revolucionaria en ruinas de Fidel Castro.

Con todo, la decisión de nuestro Gobierno de apurar todos los recursos a su alcance antes de llamar a consultas al embajador en Venezuela, es la más conveniente y sensata y, sobre todo, dificulta a Hugo Chávez a recurrir a la vía pasional.

El anuncio hecho por el Gobierno de Marruecos de que tiende la mano a sus "amigos españoles" cuando todavía no se han acallado los ecos de la protesta por la visita de los Reyes a las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, no hace más que confirmar que la opción moderada es la que rinde siempre mejores frutos, incluso frente a las diplomacias más intempestivas.