Inglaterra es un país extraño. Solo en él puede comprenderse -aun así a duras penas- que el Liverpool haya denunciado por usar el teléfono móvil mientras conducía… a su máxima estrella, uno de los futbolistas revelación de los últimos años: Mohamed Salah. Resulta que Salah fue grabado por unos aficionados mientras mataba el rato con el móvil a la espera de salir de un atasco.

El Liverpool, que debe creerse la arrebatadora personalización de la pureza, se enteró del hecho en las redes sociales y, dicen que para dar ejemplo, dio parte a la Policía de Merseyside del delito cometido por su jugador.

Inglaterra es un país raro, insisto. En España Cristiano Ronaldo, que vivía entregado a su ego y a sus caprichos y se ponía triste por naderías, comenzó a sopesar la idea de marcharse del Real Madrid después de que el club no atendiera su petición de hacerse cargo de sus líos con Hacienda, algo que sí hizo el Barça con Messi por un tema similar. No sé qué hubieran hecho Cristiano o Messi si hubieran sido denunciados por sus presidentes por saltarse un semáforo en rojo o por beber una cerveza de más durante la cena.

Mohamed Salah ha demostrado en todo momento ser una persona humilde, ajena a las conductas arbitrarias, caprichosas e irritantes del futbolista galáctico medio. Hombre tranquilo, religioso, nada adicto a las fiestas, tatuajes o exhibiciones fuera de la cancha, Salah, que ni siquiera criticó la llave de judo con la que le lesionó Sergio Ramos en la final de la Champions, es la contraimagen del jugador presuntuoso o antojadizo, léase Neymar. Esto, que debería ser digno de elogio, se ha convertido en una excusa para no perdonarle nada. Un caso similar al de Keylor Navas, gran portero del que el Real Madrid quiere desprenderse ¡después de haber ganado tres Champions consecutivas!

En el mundo del fútbol la humildad no es una virtud, sino un pecado que se paga caro.

* Escritor