En Islandia ha entrado en erupción otro volcán, y es que en las elecciones municipales en la capital ha resultado vencedor un partido encabezado por un humorista y cómico que fundó el Partido Mejor. Parecía una broma, porque entre las propuestas del nuevo partido se decía que, a diferencia de los tradicionales que eran secretamente corruptos, ellos iban a ser abiertamente corruptos.

También es cierto que Jon Gnarr , que es el fundador del partido y un gran actor cómico, aseguró que su formación anunciaba formalmente que no cumpliría ninguna de sus promesas electorales. Acusados de ser como los otros, que tampoco las cumplen, Jon Gnarr argumentó que los otros incumplían sus promesas electorales, pero sin avisar, y que ellos avisaban previamente.

Entre las promesas --que según parece no van a cumplir-- se encuentra alguna tan divertida como luchar por un Parlamento libre de drogas para el año 2020, o traer un oso polar al zoo de Reikiavick, que es como si un partido de Salamanca o de Sevilla prometiera añadir un toro bravo al zoológico de la ciudad.

¿Cómo con estos extravagantes ofrecimientos han logrado el 34 por ciento de los votos y desbancar a los partidos tradicionales? La explicación es bastante sencilla: los ciudadanos están cansados de las mentiras de los profesionales de la política, están hartos de que les tomen el pelo, están humillados por la manera en que meten la mano en la caja y cobran comisiones y corrompen y son corrompidos.

Ante la decepción de las falsedades, las argucias, comunes a las falsas banderas ideológicas, la única manera que tenían de castigar a los políticos corruptos era la de votar la única alternativa que, en comparación con lo habitual, resultaba más decente. Cuidado con la anécdota. Islandia queda lejos, pero no sería la primera vez que una anécdota se convierte en categoría.