Rocosos valles de negras pizarras, sigilosos ríos de aguas vírgenes, espesa vegetación y fauna superviviente. Gente honrada, infatigables trabajadores y luchadores, bondadosos y amables con el forastero que un día les dio la espalda y hoy viene dando la cara. Aquí no hay rencor pero sí memoria, han perdonado pero no han olvidado. Eso son Las Hurdes y los hurdanos. Donde el hombre está unido a la tierra por un cordón umbilical que les da la vida, que nada ni nadie cortará jamás, una tierra que con sangre, sudor y muchas lágrimas han sacado adelante, y es que como dijo Unamuno "Si en todas las partes del mundo, los hombres son hijos de la tierra, en Las Hudes, la tierra es hija de los hombres". Un pueblo que supo sobreponerse a la injusticia de un país, de un mundo que sólo buscaba el morbo de un pueblo enfermo, fotos inhumanas de palúdicos y cretinos, documentales escabrosos manipulados hasta la saciedad porque entonces el morbo también vendía, idas y venidas de médicos y científicos buscando las cobayas de Buñuel, en definitiva, un circo donde a sus protagonistas se les obligó a estar en contra de su voluntad. Por suerte, el pan ya no se moja en agua sino en aceite pura de oliva, se come cabrito cuando apetece sin necesidad de que se desplome de un pizarral, se unta miel a diario sin que se caiga el burro que la porta. Por eso y por mucho más surrealistas buñuelianos Las Hurdes, tierra con pan .

Raúl Jurado Gallego **

Cáceres