XLxas recientes elecciones en el País Vasco han convulsionado de nuevo el panorama político de la comunidad más de lo que muchos observadores creyeron en un principio. A la hora de hacer el recuento de bajas, la contienda electoral ha resultado ser más cruenta de lo que un sector del Partido Nacionalista Vasco esperaba, tras la euforia que desataron durante la campaña electoral y su confianza ciega en una victoria aplastante en las urnas. No fue así.

Lo cierto es que al cumplirse la primera semana aniversario de los comicios, el plan Ibarretxe --no es casualidad que así se le haya denominado-- se encuentra ya de cuerpo presente, incluso, aunque lo disimulen, para quienes hasta hace pocos días lo impulsaban como única alternativa posible. Pero el plan soberanista promovido desde el sector más radical del PNV no es el único cadáver político. Su propio promotor y portaestandarte, el lendakari Juan José Ibarretxe, que apostó todo su caudal político en el envite, se ha quedado sin discurso y, lo que es mucho más letal para él, sin espacio para maniobrar dentro de su propio partido y en el futuro Parlamento, donde los votos sumados del fenecido tripartito no le van a servir ahora para nada.

Es incuestionable que el plan, que fue rechazado por una abrumadora mayoría en el Congreso de los Diputados, era una apuesta personal de Ibarretxe, arropado por el sector encabezado por esos dos grandes dinosaurios que son Joseba Eguibar y Xabier Arzalluz. Pero también se sabe que en el PNV existían y existen serias reticencias contra el órdago a la grande que presentó el presidente del Gobierno autonómico. Los 150.000 votos que le han fallado al PNV en estas elecciones dejan lugar a pocas dudas. Hay muchos militantes del primer partido nacionalista vasco que no apoyan ni la independencia, ni la libre asociación a España, ni ninguna de las otras filigranas políticas nacidas del Pacto de Lizarra. Y esos militantes lo han demostrado no yendo, simplemente, a votar o desviando sus votos a otras opciones.

La aritmética electoral, por más que el PNV siga siendo el partido más votado, tampoco favorece los intereses del lendakari. Ni la negociación, ni los posibles pactos para normalizar lo que él contribuyó sistemática y obtusamente a enredar, le van a dar una problemática mayoría absoluta. Una mayoría que únicamente puede lograr o bien echándose en los brazos del partido comunista que acoge hoy al votante de la izquierda radical vasca o, lo que es lo mismo, a los batasuna, o bien pactando con el PSE, opción muchísimo más razonable para la gobernabilidad de Euskadi, como se demostró con la experiencia común de 13 años de gobierno de coalición en los años 80.

La primera opción, con los batasuna, con la que ya amenaza sutilmente Ibarretxe, para amedrentar a los constitucionalistas, podría suponer una adulteración ideológica de los peneuvistas y del centro-derecha vasco, del que se nutren todas las mayorías electorales. Hasta podría condenar al PNV a la más completa marginalidad política. Si se emprende ese camino, el retorno a la normalidad será muy complicado, porque una cosa es hacer la vista gorda y mirar para otro lado cuando interesa y otra muy distinta encadenarse al carro de Josu Ternera y sus seguidores.

La segunda opción, la de buscar acuerdos ocasionales o permanentes con los socialistas, es muy difícil que pueda darse mientras Ibarretxe siga al frente del Gobierno. Los socialistas se pueden negar a pactar --por el enorme coste electoral que les podría suponer en el resto de España-- con el hombre que ha llevado a su partido, defensor tradicional de los intereses de la burguesía vasca, por una senda muy peligrosa que sólo ha provocado más tensión y la profundización de la quiebra de la sociedad vasca. Y con el mismo hombre que ha trabajado como nadie para erosionar las estructuras constitucionales mientras fingía hipócritamente moderación y ofrecía diálogo, hablando falsamente en nombre de todos los vascos.

Muerto el plan soberanista que sometió intencionadamente a plebiscito de los electores vascos, es lógico que su principal defensor y adalid se retire a su casa y deje el camino libre a quienes, dentro de su propio partido, aún conservan intacta la credibilidad política indispensable para cerrar los necesarios pactos y formar el próximo equipo de gobierno. Es obvio --lo vemos por su vacuas propuestas-- que el propio Ibarretxe no cree en sus posibilidades de futuro, sabe que su barco ha embarrancado y que es posible que no haya fuerza humana que lo vaya a sacar de ahí.

Ibarretxe y cuantos todavía hoy le apoyan deberían hacer un ejercicio de realismo y honradez política y reconocer que ahora ya no es el interlocutor adecuado para salir del atolladero en el que él mismo se metió. Es evidente que los radicales vascos no le van a perdonar el abuso que hizo en su día, pro domo sua, de los votos prestados. Y es lógico que el PSOE de Patxi López y de José Luis Rodríguez Zapatero, que han sabido sagazmente dar cuerda al lendakari para que él mismo se ahorque, no estén por revivirle y devolverle al primer plano de la política vasca y nacional.

Quienes observan sin mayor pena los últimos coletazos de Ibarretxe saben que él es el problema y no la solución. Pero existe, no obstante, el temor más que fundado, de que trate de arrastrar en su caída a todo el PNV y que su obcecación y falta de realismo lleve al despeñadero a un partido que es esencial para la gobernación del País Vasco y que podría de nuevo, si se lo propone seriamente, volver a la escena nacional con un prestigio e influencia que son indispensables para el progreso de todos los vascos y de esa tierra tan entrañable y hermosa.

*Periodista