TEtl El curso político terminará con dos asuntos estrella envueltos a su vez en la crisis económica que el presidente del Gobierno se empeña en llamar desaceleración. Rajoy va encauzando sus aspiraciones mientras que Ibarretxe empuja su destino, consciente de que hay un abismo al frente, en el que terminará por caer sólo por no ceder en un proyecto imposible. La historia está llena de ejemplos de autodestrucción y la esencia de la épica nacionalista conduce hacia esos parámetros. El PP tiene asegurada la primera página de su catarsis. Los contrarios a Rajoy, los duros y los que a lo mejor no lo son tanto, no han tenido el coraje de formular una alternativa porque son jugadores de ventaja que no quieren correr riesgos. Es muy posible que los apoyos de Rajoy sean efímeros y que se desprendan en el momento en que el actual líder corra con el gasto de las elecciones pendientes, que amenazan --a tenor de las encuestas-- con ser catastróficas. Las risas y chanzas del burladero de Las Ventas donde Juan Costa y sus mentores miraban a su partido sin atender el espectáculo no ha sido, hasta la fecha y sin que se esperen cambios, más que una obscena manifestación de desacato a la esencia democrática de los partidos: se desgasta pero no se propone. En el PNV son más serios, tal vez solo porque son más antiguos. El partido le ha dejado jugar a Ibarretxe la partida hasta el último naipe. El envite se dirimirá en unas elecciones anticipadas en las que solo una dosis extra de victimismo puede parar la desaceleración electoral del PNV. Solo faltaría que la izquierda española tuviera la inteligencia de acotar los términos en los que un nacionalismo puede ser razonable y, aprovechando las angustias de la crisis económica, se empezara a diseñar en los laboratorios de las ideas un modelo de nación española en la que los vascos y los catalanes descubran que es la forma más confortable posible de sostener su identidad sin agobiar al resto de la parroquia. Mientras tanto, en el PP tienen tiempo para ensayar una forma de ejercer la política que, sencillamente, sea asimilable en la Europa democrática.