Tengo vínculos muy estrechos con China y una gran pasión por este país, por lo que podría parecer tendencioso manifestarme en contra de un boicot a los Juegos de Pekín. Pero Occidente está mostrando, una vez más, su cara más hipócrita y desculturizada. La mayoría de la gente que se emociona con la benevolente expresión del dalái lama no sabe nada del Tíbet. En 1930, tenía una población de 1,2 millones de habitantes y 700.000 de estos eran siervos. La tierra era poseída por los lamas y la gente vivía en un régimen que bien se podía considerar de esclavitud. Nadie niega la opresión de la Republica Popular de la China y las atrocidades cometidas. Ni la destrucción del patrimonio que se hizo durante la Revolución Cultural. Y tampoco se cuestiona el derecho de un pueblo a decidir sobre su propio destino. Pero el Tíbet no es el único pueblo oprimido del mundo, pero sí uno de los pocos que merece tanto eco mediático. ¿Por qué? Porque Occidente ha hecho del Tíbet un ideal que le permite seguir soñando en una espiritualidad pura alejada del materialismo, y defenderlo significa un grito desesperado y patético de nuestras propias miserias y carencias. Los Juegos son una oportunidad única para que el mundo conozca la China más allá de los tópicos.

Marta Amigo Olmos **

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