He escrito más de una vez en este espacio sobre el consenso como paradigma de supervivencia de las democracias contemporáneas y, diría más, como el objetivo supremo de la política considerada como arte de propiciar la convivencia entre seres humanos. Esta idea, la del consenso, siempre obligatoria, resulta en el actual contexto político español especialmente compleja.

Por eso en estas líneas quiero referirme a una cuestión fundamental, previa al consenso, y sin la cual no existe ningún pacto amplio que pueda durar: la necesidad de que los acuerdos provengan de la defensa genuina de las ideas propias desde cada una de las partes integradas en ellos.

Existe un dogma impuesto por las ideologías extremosas que es absolutamente falso: llegar a consensos supone una traición. Desenmascarar este trampantojo es uno de los retos cruciales de toda buena política.

Un consenso político es un espacio compartido basado en el consentimiento, es decir, en la aceptación de que la realidad política que emana de ese acuerdo es aceptable para todas las partes que han participado en él. El punto de llegada es el acuerdo, pero lo más importante, como ocurre con todo en la vida, no es la estación término, sino el camino que ha llevado a ella.

Ese camino está plagado de concesiones y renuncias que han de realizarse sobre la certeza de un ideario previo. Como es lógico, cuanto más estructurado y consolidado esté el corpus ideológico de cada una de las partes integrantes del consenso, más sencillo será discriminar en qué aspectos se pueden realizar cesiones y, por tanto, más satisfactorio será el consenso para todas las partes, siendo así más sólido y perdurable.

El problema de la política contemporánea —y España no es ajena a esto— es que las ideologías se encuentran en un estado de liquidez que impide la condición primordial de un buen consenso, que es la fuerte convicción política de cada una de las partes. La redefinición ideológica, tanto en la izquierda como en la derecha, se encuentra todavía en tránsito, y sin que en cada una de las casas haya paz consensuada es imposible que la haya en el vecindario.

Como ya manifesté a propósito de los resultados de las difíciles elecciones generales de 2015 y 2016, la única salida airosa para la nueva España política es la búsqueda de un amplio espacio de consenso entre todas las fuerzas políticas nacionales importantes, en torno a las cuatro o cinco cuestiones básicas que el país necesita para su regeneración democrática y para la recuperación de la eficiencia en la gestión de los recursos.

Sin embargo, desde 2016 han pasado algunas cosas que profundizan en la liquidez política y que evidencian que el consenso, de producirse, no sería lo suficientemente sólido como para perdurar al menos un par de generaciones, que es lo menos que se le pide a un amplio acuerdo de país. Entre esas cosas: la crisis en el PSOE (2016-2017) saldada con la victoria de Pedro Sánchez por un 50% ante un 40% de Susana Díaz; la desarticulación del ideario socialdemócrata en el último congreso de Ciudadanos (2017); la batalla de Podemos en Vistalegre II (2017), en la que Iglesias venció a Errejón por un 50% sobre un 33%; o las recientes primarias del PP (2018) con nada menos que siete precandidatos y la propuesta de Aznar y los aznaristas de fusión con Ciudadanos.

Con estas divisiones en todos los frentes, la política española se encuentra aún lejos de solidificarse lo suficiente en las distintas «trincheras» ideológicas como para que los consensos que surjan en este momento tengan la utilidad deseada.

Por tanto, nos encontramos ante un dilema: la necesidad imperiosa de consensos y la futilidad de los mismos en el actual contexto de liquidez ideológica. Un dilema que los políticos con talento solo podrán resolver de una forma: sosteniendo los acuerdos de mínimos sociales para garantizar la convivencia pacífica y una básica prosperidad económica, mientras, al mismo tiempo, dedican la mayor parte de sus esfuerzos a reconstruir los edificios éticos, ideológicos y políticos que definen cada una de las corrientes de pensamiento en las que se divide la confusa sociedad contemporánea.

*Licenciado en Ciencias de la Información.