Abogada

Una se pregunta muchas veces acerca de la virtualidad de las ideas, del por qué son necesarias, del por qué creer es y deber ser parte del vértigo de la vida. Para unos tienen la importancia de la propia vida; para otros, es el mero escaparate en el que depositar parte de su incertidumbre. Pero, y la realidad, ¿pinta algo en las ideas? Cuando uno se acerca a hechos tan crudos como la supervivencia en la indigencia diaria de un niño de siete años, la violación temprana de una joven de trece años, el hambre atosigadora de miles y miles de personas, entonces las ideas sí marcan las diferencias. Aquí ya no se trata de pasar de la autovía a la autopista, de comprar el televisor de pantalla plana o de adquirir el coche automático. En este contexto creer en algo parece pendiente de ella misma, destinada a conservar lo que tiene por mantener un estatus, en ocasiones, especialmente obsesivo. Antes vivíamos sin teléfono, o nos bastaba la llamada del 223 por centralita, hoy hasta el móvil de tecnología digital ya es de primera necesidad. Quizás aquí, en estas latitudes, no importe demasiado ser consciente de una sanidad pública, de una escuela pública, de un transporte público, porque existen y funcionan. Lo damos por hecho. Pero, ¿y dónde no existen y los ciudadanos están absolutamente desprotegidos de cualquier tipo de bienestar?, ¿no sirven para nada las ideas, o los planteamientos que preconizan? Quizá si no estuviésemos tan "acomodados" en nuestra placentera supervivencia seríamos más intransigentes con aquellos principios, planteamientos y posiciones exentos de compromisos, excepto los meramente personales. De ahí que próximas unas elecciones votar sea, al menos, el máximo compromiso con nuestra sociedad.