TPtrimum vivere deinde filosofare. Prefiero vivir de pie que morir de rodillas. Antes partía que doblá. Contra Franco vivíamos mejor- Así podríamos continuar exponiendo sentencias que se graban en nuestras mentes a lo largo del tiempo. En ellas queda el sustrato de la importancia que tuvo, en algún momento, el mundo de las ideas, o por el contrario, el predominio de la materia, del pragmatismo.

Aplicado a nuestros días observamos cómo parece que en el debate político lo determinante es la gestión. El hacer bien las cosas. Da igual quien lo haga, el caso es que las cosas salgan.

Aburre la retórica. La dialéctica. La discusión y el intercambio de pareceres. Las promesas obligadas en determinadas épocas como relleno de los programas.

No queremos comprometernos con la singularidad del pensamiento. Queda añejo el sentimiento de ver como positivo la diferencia. O conmigo o contra mí.

No son signos de avance la defensa de los principios aunque supongan pérdidas de expectativas. No nos gustan las complicaciones. Se opta por lo simple. Si la luciérnaga brilla, la serpiente se la come pues no soporta nada que le pueda hacer sombra.

Se hacen cálculos en función de perspectivas de futuro personales y no se detienen en reflexionar lo que puede aportar al grupo el presunto disidente.

Se hace triste la visualización de la vida pública, cuando deberíamos apostar por transformarla en la fiesta de la comunidad. Alimentando la participación. Despertando la pasión por los líderes y la confraternización con los compañeros. Aglutinando en vez de obsesionarnos por la cuenta de resultados.

En definitiva, necesitamos buscar la felicidad con el quehacer cotidiano sin la permanente obsesión de sentirnos examinados desde el prisma del censor, del oportunista o del celoso de su insignificante trinchera.

Reivindiquemos, pues, las ideas, equivoquémonos con los experimentos, busquemos continuamente nuevos caminos sin detenernos meramente en anticipar rentabilidad. Progresemos.