No quita que uno tenga buenos amigos que ejercen de clérigos y que éstos proyecten de forma progresista las enseñanzas solidarias que desparramó Jesús de Nazaret. Ello no quita --como digo-- para que carguemos contra los estratos superiores de la pirámide jerárquica de la Iglesia. Y no se nos malinterpreten nuestras palabras como teas anticlericales e iconoclastas.

Resulta que, recientemente, nuestros obispos se han rebelado contra la asignatura de Educación Etico-Cívica, que así es como acabará llamándose las tantas veces anunciada Educación para la Ciudadanía , que a nuestro modo de ver es nombre más bonito y más comprensible. Pero, claro está, como eso de ciudadano y de ciudadanía suena a republicanismo y a Revolución Francesa, pues, por hacerle una concesión a la derecha, se ha trocado por otros esdrújulos más rimbombantes. Desde muchas tribunas, somos una legión los que hemos venido demandando una educación en valores, perfectamente reglada e impartida con congruente periodicidad. Consideramos que urgente es llevar a nuestros educandos una valoración crítica de los prejuicios sociales, racistas, xenófobos, sexistas y homófobos. Y va siendo hora de que nuestros jóvenes sean dotados de fuertes cimientos para rechazar la discriminación de las personas por su origen, sexo, religión u orientación afectivo-sexual, y desarrollen roles que establezcan la igualdad entre hombres y mujeres. Esa asignatura, además, debe fomentar valores solidarios con los más necesitados del planeta, basados en la justicia distributiva y no sólo en pazguatas caridades. Y debe, igualmente, ensalzar el esfuerzo, el espíritu de sacrificio, la austeridad, la no violencia, la camaradería, la urbanidad, el respeto a la dignidad de la persona y otros valores que, prácticamente, vienen a estar recogidos en nuestra Carta Magna, y que se oponen frontalmente a esa sociedad casposa, hedonista y de dinero fácil que nos rodea.

Pero he aquí que la Conferencia Episcopal Española (CEE) ha tocado a rebato y ha llamado a los padres a rebelarse contra postulados que emanan de nuestra Constitución. Es inaudito. Parece ser que hay mucho prelado que añora los tiempos de los diezmos y primicias, o de lo bien que se estaba cuando no había separación de Iglesia y de Estado, o cuando ellos levantaban el brazo y apoyaban una sublevación armada contra la II República y le daban la categoría de Cruzada ..., cuando, en resumidas cuentas, ellos podían mangonear a sus anchas en nuestras vidas y haciendas.

XLOS QUEx pasamos nuestras infancias bajo el oscuro manto de la anterior dictadura franquista, sabemos mucho de lavados de cerebro, de prejuicios malsanos metidos a machamartillo en nuestras mentes, de bulas para que pudieran comer carne los ricos, de ósculos sobre los anillos de oro de los eclesiásticos, de sangrantes penitencias y horrible terror a las calderas de Pedro Botero , de misas y ritos cuaresmales aguantados de rodillas o a pie firme, de terribles anatemas desde los púlpitos a todo el que discrepara y no fuera perro faldero... Todavía, en nuestros pueblos, perdura, sobre todo entre las generaciones mayores, el santo temor y el santo prejuicio, que las castra mentalmente y las impide ser personas libres.

Nosotros, como educadores, no queremos para nuestros hijos ni para nuestros educandos adoctrinamientos sectarios, que pongan en tela de juicio la libertad, la igualdad y la fraternidad de los ciudadanos.

Sabemos que hay muchos clérigos (y nos honra la amistad de una buena gavilla) que discrepan abiertamente de sus gerifaltes, pero la estructura jerárquica --que no democrática-- de la Iglesia les tiene amordazados. Es realmente doloroso que estamentos de la ciudadanía española satanicen (y nunca mejor dicho) el espíritu de esa Constitución que hace un buen puñado de años nos dimos todos los españoles. Y una vez más cobra realidad, triste realidad (pero no por ello inexpugnable), la advertencia que Alonso Quijano en su deambular por La Mancha, le hiciera a su escudero: "¡Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho!.

*Profesor y educador social