WEwl obispo de la diócesis de Coria-Cáceres, Ciriaco Benavente , ha desautorizado la celebración de bodas católicas en lugares que no estén bendecidos. Ha venido a decir que sólo deben celebrarse allí donde haya un lugar de culto, saliendo al paso de una costumbre, cada vez más extendida, de que la ceremonia del casamiento compartiera el escenario del banquete para dar más realce al mismo y, también, para evitar las largas listas de espera existentes en las iglesias de mayor prestancia. La reacción de los colectivos creyentes ha sido de comprensión y apoyo al prelado. Consideran la desautorización del obispo como una crítica a la actitud superficial de muchos católicos ante lo que, en realidad y según su credo, es un sacramento. Ciriaco Benavente lleva razón: a nadie se le obliga a profesar ni esa ni ninguna otra religión, lo mínimo, por tanto, es que se cumplan las reglas de una institución a la que se pertenece libremente. Sin embargo, esa superficialidad ante el rito no se queda en las bodas, y la Iglesia ha contribuido, siquiera sea por omisión, a que otras ceremonias teóricamente de honda religiosidad --qué podría decirse de la primera comunión?-- hayan degenerado en celebraciones en las que esa religiosidad queda enterrada en la hojarasca consumista.