De no muy elevada estatura, enjutos, delgados, con orgulloso vello en la cara y afilada mirada de determinación cuasi fanática. Lo cierto es que la estampa que devuelven el Pablo Iglesias de 2014 y el José María Aznar de 1996 --cuando llegó al poder-- parecen un calco. Pero evidentemente todo, fuera de contexto, puede tener el sentido que nos venga en gana. La verdad es que este supuesto "parecido" no deja de ser una ocurrencia como otra cualquiera, quizá con una pizca de mala sombra y algo de perversa diversión.

O no. Porque no crean que es ahí donde se acaban las similitudes entre ambos. Verán: allá por 1993 el vallisoletano perdió unas ajustadas elecciones contra el cadáver político andante que era Felipe González , que se sintió Cid por una legislatura. Entonces, Aznar, mientras se lamía las heridas, preparó el asalto definitivo al gobierno como una cuestión de supervivencia (propia y del partido). Del varapalo electoral salió la estrategia que, definitivamente, debía granjearles esos votos que eran esquivos: un viaje hacia el centro político.

Ese vuelco al centro, que ahora vemos con naturalidad, suponía un impacto tremendo en la derecha española. Implicaba un abandono de una posición política que siempre había sido propia del partido, que era la consideración que de sí mismo tenían sus votantes y que era la percepción general que se tenía del Partido Popular. El objetivo era claro: sin aumentar los posibles votantes no habría escalera hacia el cielo de La Moncloa. De ahí la radicalidad de la propuesta. Cambiar caras, nombres, posturas y políticas en busca de un centro político. Modernizar las siglas ¿Qué se buscaba? La radicalidad de la moderación.

Pues ese es justo es el proceso en el que se ha embarcado Podemos, ya claramente bautizado como partido político. Es un movimiento político que capta fácilmente atención incluso fuera de nuestras fronteras (impagable la publicidad que les ha hecho el Financial Times esta semana). Se inviste de la naturalidad como bandera, pero curiosamente practica política de laboratorio. Cuando las encuestas y medios empiezan a bailarles el agua, Iglesias --que, desde luego, de tonto no tiene una coleta-- se lanza a moderar su mensaje allá por donde pueda.

No ha tenido empacho en llegar a inhibirse contra una marcha antimilitarista de su partido porque las fuerzas armadas, porque son fuente de ingresos para el país (separándose, por ejemplo, contra el discurso tradicional de IU). Aplaude al Papa Francisco en Bruselas, matiza las propuestas sobre la auditoría de la deuda... hasta alcanza a negar que su movimiento tenga ideología, sino un "contenedor" donde el espacio es amplio.

El objetivo es dejar de ser percibido como una amenaza, que se abandonen los virales vídeos sobre sus programas alabando la Venezuela bolivariana. La percepción de un político para todos, un líder. Su base ya está convencida, así que se le puede dar la espalda, en busca de amigos para la causa. La (engañosa) radicalidad de la moderación.

IGLESIAS SE escuda únicamente en la fuerza de su mensaje. Un mensaje que se basa en canalizar la poblada indignación de los españoles. Fruto de una ambigüedad calculada, su propuesta pasa por mandar un mensaje de ilusión en medio de la desesperación (en mi opinión, algo muy criticable) y en ofrecer una imagen de impoluta limpieza ante el atónito proceso de autodestrucción que sus enemigos se están generando solitos (en ese caso... chapeau; les están haciendo fácil el trabajo). Ni siquiera tienen que desgranar un programa coherente: la mayoría de sus potenciales votantes no lo va a hacer por eso, sino por una merecida sensación de desengaño, ira y frustración. Y sus líderes lo saben, de ahí que puedan con sencillez adaptar su mensaje. La manzana en manos de una serpiente que promete que hay vida fuera del paraíso. Si muerdes, claro.

La moderación no es, per se, criticable. Pero sí cuando es simplemente ajustar el "producto". Si Podemos carece de ideología (entiendo que no cada una de sus caras visibles, porque es evidente que sí) ya se está definiendo: un partido sin ideología es por definición únicamente un instrumento para llegar al poder.

¿Entonces, es Pablo Iglesias un remedo del Aznar de 1994? No, cierto que no. Y entre todas diferencias, una muy notoria: lo que hizo Aznar era a sabiendas de que era necesaria una renovación y, sobre todo, una estabilidad en el gobierno para adoptar medidas que eran... impopulares. Y que, por cierto, en la primera legislatura dieron sus inesperados frutos. De la segunda legislatura de Aznar... extraigamos alguna buena conclusión: qué positivo sería la limitación temporal en el ejercicio de los cargos públicos.