Escritor

Lo que pasa es que el índice de ignorancia es de tal calado que todo lo que tenga carácter de normalidad, pese a lo excepcional de la normalidad, no funciona. Para anormalidad la del repulsivo Jesús Gil, que tiene pendiente de él al país. El caso Marbella no es otra cosa que un reducto de lo peor del franquismo y del agotamiento de una democracia execrada por los ciudadanos, que votan con el único objetivo de degradarla todavía más, porque ellos están degradados hace tiempo. Aquí va una muestra, según cuenta el protagonista, mi amigo Gopegui, de guardia en el despacho del PSOE en el Ayuntamiento de Badajoz, donde se recibe una llamada:

--¿Es el Partido Socialista...?

--Aquí es, dígame...

--Cuándo van a cortar el agua de los arreates de mi calle, que llega el agua hasta la estación.

--Mire, en principio, muchas gracias por llamar, pero el Partido Socialista no es el que gobierna y lo más que podemos hacer es ponerlo en conocimiento de la diosa Aqualia, como lo hiciera usted mismo.

--O sea, que no van a hacer nada.

--No es eso. Le digo que nosotros no gobernamos...

--Lo temía. Los políticos son unos sinvergüenzas.

Lo que ha sucedido en Marbella no es ni más ni menos que un reflejo de Marbella misma. ¿Cómo se puede entregar la gobernación de la ciudad a un ladrón y después a un camarero amigo del ladrón?

Evidentemente un político como Rodríguez Ibarra es una excepción hasta cuando se equivoca. No es que esté contra la película de Puerto Hurraco, es que lleva entregado un cuarto de su vida a Extremadura y la defiende como uñas y dientes. Está equivocado, pero hay que agradecérselo.