Aunque los datos son muy dispares, en función de la entidad o sindicato del que provengan y en atención a diversos parámetros, podemos convenir que la brecha salarial entre hombres y mujeres se sitúa en torno al 23%, una diferencia de retribuciones por un mismo trabajo que dista mucho de los cálculos optimistas del Gobierno de Rajoy, que exaltó a la opinión pública cuando en una reciente entrevista, al hablar del asunto, dijo: «No nos metamos en eso». Meterse «en eso» es conmemorar el Día Internacional por la Igualdad Salarial con iniciativas como la del documental En brecha, un reportaje sobre la vida cotidiana de siete mujeres que trabajan en ámbitos tradicionalmente masculinos y que no solamente exponen sus quejas laborales sino una problemática mucho más amplia, referida por ejemplo a la conciliación, la maternidad, el micromachismo, el techo de cristal o el acceso al trabajo. Hablar de «brecha salarial» no es solo computar innegables y lamentables diferencias, con énfasis en la concentración en cada tramo salarial, que aumentan -y más aún en el sistema de pensiones- con los años y la edad de las trabajadoras, sino también valorar que son las mujeres quienes acceden en mayor medida a trabajos más precarios y quienes no tienen las mismas oportunidades que los hombres para desarrollar su capacidad en plazas directivas. La igualdad legal no es la real y ahora es un momento excelente para reflexionar y luchar contra ello.