XLxos entornos del 8 de Marzo, fiesta de la mujer trabajadora, se han convertido en días de meditación y recuerdo del largo camino recorrido por parte de las mujeres del mundo, buscando la justa igualdad con los hombres. Es una batalla ganada en las sociedades occidentales más desarrolladas, en la que se avanza en muchos países en vías de desarrollo y con un franco retroceso en amplias zonas de Africa y Asia, particular, singular y dramáticamente en las sociedades islámicas.

En el corto siglo XX, de apenas sesenta años, los que median del final de la primera guerra mundial a la caída del comunismo, podrá ser recordado por diversos hitos, el avance en la física que representa la teoría de la relatividad, la generalización del psicoanálisis, los antibióticos, la llegada del hombre a la Luna, o desde el horror, la segunda guerra mundial y el holocausto, pero todo ello empalidecerá frente al hecho más trascendente que caracteriza a nuestra civilización occidental, como es sin duda, la incorporación social de las mujeres en condiciones de igualdad con los hombres.

Las consecuencias son inmensas, de un calado tan profundo que aún no nos damos del todo cuenta de su trascendencia. Desaparece el concepto de familia tradicional, baja radicalmente el número de hijos por pareja y pierde estabilidad la relación hombre mujer con un incremento muy importante de rupturas de pareja. En el orden económico se incrementa muchísimo la riqueza al duplicarse la población laboral.

En lo personal se gana en libertad, y las relaciones hombre mujer se establecen sobre parámetros más gratificantes en los que el respeto mutuo, la compresión y el amor, priman sobre la conveniencia y la supeditación, por la que se regían las relaciones de pareja anteriormente. En definitiva, nuestra sociedad es la que es, por la incorporación de la mujer al trabajo.

Pero aún es mucho lo queda por hacer. La educación en la igualdad de género necesita su tiempo para transformar lo cultural en natural; por otro lado, el genérico occidente encierra grandes diferencias entre países y aun dentro de éstos resultan muy distintas las áreas urbanas de las rurales, son precisamente estas últimas las que acusan un mayor retraso en la plena integración de la mujer. El comparativo retraso de algunas zonas rurales respecto a otras urbanas no es ajeno a esta cuestión.

La igualdad entre el hombre y la mujer es un valor irrenunciable al que ha de supeditarse cualquier cultura y que tenemos la obligación de exigir y exigirlo en todo caso, máxime a aquéllos que pretenden vivir con nosotros. Resulta a este respecto, un tanto descorazonador el comportamiento que Occidente tiene con los estados islámicos, dándose por buena la posición oficial, que coloca a la mujer por ley en clara inferioridad con el hombre. Tampoco en este campo el activismo feminista se ha comportado como cabía esperar.

Igualdad de género y libertad constituye un binomio inseparable, la libertad conduce a sociedades laicas de hecho y es tan solo en este marco en el que la igualdad de género es un hecho o puede serlo. El camino hacia el laicismo va a ser particularmente traumático en algunas culturas como la islámica, adquiriendo los gestos un valor importante, así que aceptar por parte de algunas mujeres occidentales, la utilización impuesta del velo en sus visitas a países gobernados por integristas islámicos, máxime si estas visitas tienen carácter oficial, no es el mejor de los caminos para conseguir la emancipación femenina y la anhelada igualdad de género. Ni qué decir tiene, que si los testimonios son obligados fuera, más aún lo es cumplir las leyes dentro. El camino emprendido no tiene marcha atrás, nada será como antes, será mucho mejor.

*Ingeniero y director generalde Desarrollo Rural del MAPA