Periodista

Cualquier paseante que recorra Cáceres habrá reparado en la profusión de carteles y banderolas que desde hace un mes promocionan en la ciudad la imagen de Cataluña. Hay gallardetes anunciando una exposición de La Caixa sobre glaciares, folletos que invitan a conocer una exposición sobre la vida y la obra de la escritora catalana Mercé Rodoreda y no hace mucho, una camioneta publicitaria recorría las avenidas cacereñas promocionando un tren estacionado en Renfe donde se resumía en paneles y vídeos la historia y el presente de Cataluña.

Los catalanes son especialistas en vender su imagen... su mejor imagen. Con cuatro duros, consiguen pasear por España sus virtudes y sus atractivos. Y así año tras año. Meses pasados hubo una exposición de obras de arte catalán en el centro cultural San Jorge y hace poco, La Caixa trajo una carpa geodésica que albergaba una sencilla, pero resultona y divertida Casa de las Ciencias . En resumen, con un esfuerzo menor, los catalanes obtienen un resultado mayor y atornillan en nuestra mente de manera dulce, pero constante, esa asociación subliminal entre Cataluña y el progreso, Cataluña y lo científico, Cataluña y la belleza que persiguen con picardía publicitaria.

A la hora de la verdad, creo que la exposición sobre los glaciares no es nada del otro mundo, la de la Rodoreda se puede comparar con las que se realizan a menudo en algunos institutos extremeños y el tren de Cataluña no dejaba de ser un ferrocarril propagandístico y gracioso sin mayor pretensiones. Pero el objetivo está conseguido: un año más, los catalanes han paseado por España la mejor imagen de su región.

En Extremadura, sin embargo, no sucede así. Aquí, o nos hace la campaña de imagen el Washington Post o si no, no se entera nadie de que somos avanzadilla mundial en software. O nos quitan el Aepsa-PER o si no, nadie se preocuparía de si media España sigue pensando que somos una pandilla de vagos a quienes hay que subvencionar para que no nos muramos de hambre mientras dormimos la siesta. O bien nos faltan reflejos o bien somos tan idealistas que seguimos creyendo que el buen paño en el arca se vende.

Algo falla para que nadie se queje de las ayudas millonarias a los trabajadores catalanes prejubilados de la Seat, a los obreros vascos de la siderurgia reconvertidos, a los mineros asturianos, a los operarios de los astilleros retirados que tan bien retrata Fernando León en Los lunes al sol o a los pescadores gallegos del banco canario-sahariano en parada biológica y política, mientras que, por los comentarios que se escuchan en los cafés de Santander, Logroño o Alicante, parece que los únicos subvencionados son los jornaleros extremeños que, por cierto, cobran en un año lo que ganan algunos reconvertidos en un mes. Para rematar la fiesta, cuando a la Junta se le ocurre explicar el PER, ¡ya era hora!, que es algo así como explicar la cruda verdad de Extremadura, algunas televisiones prohíben el anuncio. Al final vamos a tener que encargar la promoción de nuestra imagen a la Generalitat de Cataluña. A ver si así.