La obsesión por la belleza no es solo de este siglo. Ya dijo Manrique que lo de que cualquier tiempo pasado fue mejor, es solo a nuestro parecer. Y también que si fuera en nuestro poder hacer la cara hermosa como podemos hacer al alma, pondríamos gran diligencia. Entonces no existía la cirugía estética ni los productos y tecnología para transformar la propia imagen, pero siempre la mujer y el hombre han pretendido retener la juventud perdida e incluso en plenitud adornarse o mutar para lograr el ideal de belleza de cada época.

Mucho ha cambiado este desde entonces. Y aunque ahora se afirma que retrocede la delgadez enfermiza, tampoco parece muy saludable el ideal que inunda redes, spots y blogs de belleza con las influencers - horrenda palabra- prometiendo que autotorturándose sin control con pesas, saltos y contorsiones se logrará el cuerpo deseado.

Una famosa ilustre es la real consorte, que parece cortada según el modelo de tales influencers y que, a menudo, y por razones que algunos consideran machistas y cutres, y otros consecuencia derivada de su notoriedad, en sus apariciones alcanza más resonancia por su imagen que por su quehacer. La última ha sido en ARCO, donde, tanto como el penoso episodio de las caras tapadas, se ha comentado no ya el rojo del atuendo real, sino el nuevo estiramiento o hinchamiento de su faz.

Al decir de los expertos, la reina es de las que ha alcanzado un cuerpo imposible a fuerza de disciplina gimnástica, y una cara de barbie a fuerza de bótox. Allá ella si cree que así está más bella, cosa que no comparten muchos de los españoles. En lo que sí ha habido en cambio casi total unanimidad y sorpresa ha sido en el embellecimiento súbito de la otrora fea cupera y hoy bella y dulce Anna Gabriel, que ha aparecido en Suiza con su expresión más angelical. Dicen los expertos que esa carita es el verdadero reflejo de su alma. Dicen algunos políticos que hablar de su cambio de imagen es machismo. Yo, que no soy ni una cosa ni otra, afirmo que es nueva desvergüenza, taimada estrategia e hipocresía destructiva. Y no pido perdón.