TUtno siempre ha tenido algo de imaginación y por ese motivo sus dificultades para imaginarse Extremadura son escasas. Si, encima, uno ha sido por un tiempo emigrante, la imaginación se potencia un montón. Recuerdo que imaginaba Extremadura, cuando vivía lejos, como una región accesible. No me pregunten por qué esa fijación en la accesibilidad (igual era por las dificultades a la hora de encontrar combinaciones para regresar a mi tierra en vacaciones) pero el caso es que me la imaginaba accesible, con un montón de caminos anchos y rutas como aortas gordas que se llenaban de gentes que entraban y salían, algo así como aquel corazón que explicaban en Erase una vez el hombre ... Me la imaginaba accesible y lozana (ya sé que lo de lozana suena cursi, pero qué le voy a hacer). Lozana en una lozanía brillante, de plazas relucientes donde la gente iba de un lado para otro, unos trabajando y otros dándole trabajo a los trabajadores. Unas plazas con pórticos, torres, palacios, escudos, mesones y jugueterías "de viejo" (aquí sí que no me pueden preguntar nada porque no sé ni lo que significa "de viejo"). Unas plazas en las que a la caída de la tarde, se sentaban grupos para hablar y comer chuletas asadas. Y sin prisas. Y sin casas vacías. Y sin moscas.

También me imaginaba muchos puestos de limonada para la sed y mostradores con libros. Lamento no poder concretar más pero la imaginación es así.

Resulta que he recorrido unos cuantos lugares extremeños este verano y, ¡mira por dónde!, algunas imágenes me recordaban a algo ya imaginado. Incluso en un pueblo encontré un escaparate de juguetería con un caballo de cartón y una peonza de hojalata.

*Dramaturgo y director del Consorcio

López de Ayala