La Unión Europea va camino de cargarse el campo extremeño. Primero fue la guerra al tabaco, que aunque superada la primera prueba de fuego, es un sector que está amenazado de muerte de aquí a pocos años. Otros cultivos, como el del aceite de oliva y el algodón, lo van a pasar muy mal con la reestructuración aprobada por los Quince. Y para colmo los tecnócratas de Bruselas han puesto sus ojos en el vino y plantean gravar con una tasa las bebidas alcohólicas. Lógicamente en ese saco entra de todo, pero no se tiene en cuenta que el vino es algo muy de España, una bebida innata a nuestra cultura, y si tiene que sufrir una subida de impuestos puede terminar con buena parte de la producción. El comisario Fischler la tiene tomada con nosotros.

Lo que al menos no tendrá impuesto añadido es el tabaco. La ministra de Sanidad anunció ayer que el Gobierno no se plantea a corto plazo gravar el consumo de tabaco y sí potenciar la puesta en marcha de campañas contra el tabaquismo. De esta manera se cumple la promesa electoral socialista de no aumentar la presión fiscal y a la vez se garantizan a la par los derechos que asisten a los fumadores y a los no fumadores.