Así ha calificado el rey la intentona de Puigdemont y de quienes le acompañan (o más bien le exigen): «El inaceptable intento de secesión». Debe de ser la primera vez que el rey utiliza un adjetivo así, de polaridad negativa. La costumbre era lo contrario: una adjetivación positiva o incluso neutra en sus discursos, desde el «entrañable» de cada Navidad al «intachable» referido a los militares. Pero el rey, en su mensaje del 3 de octubre, ya tuvo seis minutos serios, duros, vale decir valientes, para emplazar a los poderes del Estado a aplicar el artículo 155. Y ahora, en Oviedo, aprovechando que la Unión Europea acudía a recoger su premio Princesa de Asturias de la Concordia (¿de la Concordia, precisamente de la Concordia?) y que el presidente Rajoy iba a estar allí, el rey ha tenido que decir «inaceptable» para que el Gobierno, al día siguiente, se decidiera por fin a restaurar la legalidad en Cataluña. O sea, el 155.

Hasta entonces, era evidente que el Gobierno no pensaba aplicar el artículo 155. De ahí las prórrogas, los plazos, el cruce de cartas entre Rajoy y Puigdemont ..., y, lo más inaceptable, las súplicas de la vicepresidenta del Gobierno diciéndoles a quienes habían declarado la independencia lo que debían contestar: «Podrían decir que no tienen que revocar la independencia porque no la han declarado». Así que ha sido el rey el que ha tenido que advertir duramente sobre el desafío independentista y, con los representantes de Europa y el presidente Rajoy delante, requerir las medidas que el Gobierno venía negándose, paralizado, incapaz... Ha sido el rey el que ha pedido poner fin al despiece social, político y económico de Cataluña, culminado ahora por la ilegalidad constitucional pero consentido siempre por la confianza en un nacionalismo cuerdo, que al parecer existe, aunque nacionalismo y cordura, ja, qué oxímoron.

Sin duda, la intervención del rey ha sido un revulsivo para la sociedad, que asistía atónita a lo inaceptable. Pero inaceptable era asimismo la actitud del Gobierno y en el Gobierno pensaba también el rey cuando ha calificado el intento de secesión. Inaceptable.