Los resultados obtenidos el pasado domingo por el partido socialista --169 escaños, a 7 de la mayoría absoluta-- hacen factible el objetivo de José Luis Rodríguez Zapatero de gobernar en minoría, con acuerdos puntuales con otros grupos, especialmente con los nacionalistas moderados (PNV y, sobre todo, CiU, que con sus escaños le garantiza la mayoría absoluta sin necesidad de otros acuerdos). Es lo que ha hecho en estos cuatro años, cuando su grupo parlamentario tenía 5 escaños menos que ahora. Por tanto, desde el 9-M, existen más posibilidades para repetir la experiencia.

Pero la decisión final del presidente dependerá mucho de la actitud que adopte el PP en la nueva legislatura. Y en este sentido hay varias incógnitas que resolver: la primera, que probablemente se despeje hoy mismo, es si Mariano Rajoy seguirá o no al frente del partido de la derecha, y en uno u otro caso, si se impondrá una línea más moderada o seguirá la confrontación sin concesiones a que ha acostumbrado a la sociedad española durante los últimos cuatro años. Así, si el PP acaba por garantizarle a Zapatero la abstención en la votación de investidura con el argumento de que le libera del chantaje de los nacionalistas --es lo que Rajoy reclamaba al PSOE durante la campaña para el caso de victoria popular y Zapatero respondió con una negativa--, el líder socialista podrá negociar con mayor tranquilidad las relaciones con las minorías.

El veredicto de las urnas permite esa mayor tranquilidad. Por la mayor fortaleza de los socialistas en Cataluña y el País Vasco (el PSE no era hegemónico en esta comunidad desde 1982, cuando tuvo lugar la primera victoria de Felipe González con 202 diputados) y por la mayor debilidad de los nacionalismos radicales, particularmente de Esquerra Republicana de Cataluña, que se ha dado, con IU, el gran batacazo de estas elecciones. En este mismo sentido, también sería bueno que el resultado electoral hiciera recapacitar a los soberanistas catalanes y vascos, que habían creído que la ciudadanía, sea por ideología o por simple interés material, estaba en el camino de abrazar la causa independentista. El sorpasso del PSE al PNV en Euskadi, y la caída de ERC indican con absoluta claridad que eso no es así. Es de esperar que, a la vista de los resultados del domingo, el lendakari Ibarretxe meta su plan soberanista de nuevo en el cajón y se olvide de convocar ninguna consulta, en principio prevista para el mes de octubre, que estaría abocada al fracaso y que muy probablemente tendría consecuencias para su futuro político.

Pero los mismos resultados deben hacer abrir los ojos a los dirigentes del PP para que comprendan que sin una significativa presencia en Cataluña y en el País Vasco no tienen opciones de ganar unas elecciones generales en España. Y eso pasa por dejar de utilizar a los ciudadanos de estas comunidades en su lucha partidista y abrirse a la comprensión y respeto de la España plural. Aunque ello suponga dejar insatisfecha a esa extrema derecha interna que ha coartado la acción, y probablemente mejores resultados, de Rajoy.