Periodista

Creíamos estar curados de espantos, después de la retahíla de patrañas del informe Powell ante la ONU, la sarta de falacias del caso Kelly, el rosario de mentiras de Blair, la ristra de sandeces de Rumsfeld y la letanía de contradicciones de nuestro presidente Aznar. Pero el listado de necedades esgrimido para justificar la ilegal guerra de Irak es, a todas luces, inagotable. Ahora resulta que Sadam no sólo fue culpable de que estallara la contienda por tener armas de destrucción masiva, sino también por carecer de ellas pero fingir poseerlas. Sí, sí. Hemos de creernos que el dictador iraquí iba de farol y engañó a todo el mundo simulando desarrollar ese terrible armamento con el perverso objetivo de no ser atacado... motivo más que suficiente para desencadenar una guerra en la que han muerto unos 9.000 civiles iraquís.

Según el equipo de 1.400 inspectores contratados por la CIA, no se ha hallado el famoso armamento con el que Irak nos amenazaba --antes de ser devastado y sumergido en el caos por sus libertadores-- porque, en realidad, Sadam no lo tenía. Lo que le sobraban, según la inverosímil explicación del experto Kay, eran malas intenciones, ya que hay "indicios" de que planeaba volver a fabricar esas horribles armas en algún momento futuro sin determinar. Por descontado, hemos de celebrar que el déspota de Bagdad ya no esté en el poder. Pero poco podemos alegrarnos de que su caída fuera bañada en sangre y destrucción, y mucho menos de que no sólo nos engañaran para justificar esas atrocidades, sino de que ahora sigan tomándonos por tontos. Sobre todo, cuando al sátrapa norcoreano Kim Jong-il, productor confeso de armas atómicas, se le toleran todos sus desatinos.