Profesor

De repente a los partidos les ha entrado la fiebre de los independientes. Piensan que pueden ser una buena fuente de votos. Tendrían razón si esto fuera una democracia "orgánica" o si los candidatos hubieran sido propuestos por colectivos. Como no es el caso, suele suceder que tengan tantos amigos como enemigos y que incluso no les vote ni la totalidad de su familia.

No sé si habrá alguna persona independiente en Extremadura que pueda ser decisiva por el número de votos que arrastre. Ni el mismísimo Rodríguez Ibarra ganaría unas elecciones si no fuera arropado por las siglas de un partido político y por la tarea de sus militantes día a día y haría el ridículo electoral más bochornoso en una lista de independientes.

Los independientes suelen plantear más problemas de los que presuntamente resuelven. En primer lugar crean malestar entre los militantes a cuyo trabajo diario deberán su escaño, y supone desprecio y desconfianza en sus habilidades. ¿Es que no hay prestigiosos médicos, ingenieros, profesores, economistas, arquitectos y profesionales de todo tipo en los partidos? Me recuerda a aquellos esposos que teniendo como esposa a una mujer de bandera en todos los sentidos, se echan en los brazos de la primera pelandusca que se les pone a tiro. Además, introduce un caballo de Troya en el grupo. Porque el independiente no tiene cultura de partido y se le hace difícil aceptar la disciplina necesaria para que funcione el grupo. De ahí la facilidad con la que los independientes rompen con la disciplina de partido.

Un militante sabe que está ahí gracias a su partido y para defender las tesis de su partido, mientras que un independiente piensa que está ahí gracias a sus méritos, que no le debe nada al partido y que sus criterios y su conciencia están por encima del partido y su disciplina. Esta postura, que es una virtud en un ciudadano de a pie, se convierte en un peligro en un político.

Pero además, debería estudiarse el motivo por el que una persona es independiente y no ha optado por la militancia en un partido. Puede ser una cuestión de talante personal que le impide vivir bajo la disciplina que imponen los partidos. Puede deberse a una falta de compromiso socio-político. Quizás a rehusar los esfuerzos y sacrificios que supone la militancia política. Incluso no faltará quien tema entrar en un campo en el que la difamación, los ataques gratuitos, los insultos y la lucha fratricida son moneda corriente. En otras ocasiones se deberá a que no percibe sintonía total o parcial con los programas y consignas de ningún partido. Evidentemente ninguna de estas actitudes pueden reprochársele a un ciudadano pero sí que deben levantar suspicacias e incluso le pueden invalidar para formar parte de una lista hecha por un partido, ya que ponen de manifiesto una opción vital totalmente contraria a la exigida en la militancia política. Y si uno ha optado libremente por no trabajar en política, ningún otro mérito le podrá habilitar.