Los seguidores de un club de fútbol, tratados uno a uno, suelen ser personas encantadoras, pero hay ocasiones en que reunidos en un recinto y, ante una dudosa intervención arbitral, se convierten en insoportables. Lo mismo sucede con los operadores de telefonía, cuyo trato particular, presumo que será encantador, pero cuya reunión con el fin de soslayar la competencia tiene resultados calamitosos para los consumidores.

Los homosexuales no escapan a esta variación donde lo cualitativo se somete a variaciones profundas merced a la presión cuantitativa, y en esa reunión multitudinaria costaba reconocer a algunos de esos tres o cuatro amigos a quienes tratamos con más frecuencia, y de los que su condición homosexual llega a ser tan escasamente significativa como su lugar de nacimiento o el color de los ojos. La reunión multitudinaria, sin embargo, parecía tener como propósito no la igualdad, sino la diferencia, de tal manera que el discurso retórico parece que va por un lado y el porcentaje de locazas por otro. Termino de escribir la frase y observo que no es políticamente correcta, porque parece que los sindicatos, la Casa Real y el colectivo homosexual, deben ser tratados con una exquisitez que no se aplica a otros sectores o instituciones, pero me da igual.

La fiesta fue un éxito económico, excepto para las arcas municipales que tuvieron que recoger las ciento y pico toneladas de basura, y el desarrollo fue civilizado y ejemplar, pero sigo sin comprender los excesos. Tampoco entendería que un colectivo femenino para luchar por la igualdad saliera a la calle enseñando el culo. A lo peor es que mi condición de heterosexual me la está jugando en el subconsciente y padezco una soterrada discriminación a la que me ayudaría a sanar un psiquiatra. Pero no me quiero curar de nada, y me seguiría pareciendo que una locaza exhibicionista es a un homosexual lo que un catador de vinos es a un borracho.

*Periodista