El transcurso de los tiempos lleva aparejado el surgimiento de nuevos términos, tendencias, y hasta profesiones.

Hace unos días, leía que las profesiones del futuro, las que desempeñarán los hijos de las generaciones jóvenes de hoy, aún no se han inventado. O sea que, lo de «o reciclarse, o morir», va a ser una sentencia muy vigente en el ámbito laboral.

Y esto no sería, para nada, extraño, si lo pensamos bien. Porque nosotros mismos (y antes que nosotros, nuestros padres y abuelos) hemos podido comprobar como algunas profesiones, con gran demanda y predicamento en el pasado, han ido despareciendo, del mercado laboral, paulatinamente.

En este sentido, hay que señalar que, en los últimos tiempos, están muy en boga los y las influencers. Se les conoce con ese término anglosajón, pero, en castellano, también podríamos denominarlos «creadores de tendencias» o «personas influyentes».

Y lo curioso de esta nueva profesión es que, para desarrollarla con éxito, no hacen falta estudios, capacitación profesional, ni habilitación alguna. Para ser influencer solo hace falta tener magnetismo, capacidades para comunicarse de manera eficiente, un público fiel al que dirigirse (seguidores), y un móvil que permita tomar fotografías, grabar videos, y subir todos esos contenidos a las redes.

Y lo malo de todo ello es que se está comenzando a constatar una tendencia, de los niños y adolescentes, a creer que todo en la vida es tan fácil e idílico como muestran esos «becerros de oro 2.0» que son los influencers. Y el problema no es solo que lo crean, el problema viene cuando esos chicos y chicas se dan de bruces con una realidad menos luminosa y perfecta. Porque, antes o después, lo acaban haciendo. Y no están preparados para ello, porque no se les ha educado como espectadores, y porque han crecido embelesado con un mundo virtual que poco tiene que ver con el ámbito de lo real. O comenzamos a educar en lo digital, o la frustración vital arrasará las almas de generaciones enteras.