Por suerte, ya ha pasado el tiempo en el que la información era poder. Las tecnologías de la información y la comunicación nos han permitido compartir la información, crear conocimiento, intercambiar, opinar e interactuar. Estos son verbos que denotan siempre una oportunidad para el incipiente cambio de una sociedad individualista, que comienza a estar caduca, y avanzar hacia una forma de vida en la que la interacción entre las personas sea una vía para minimizar las carencias económicas y sociales actuales.

Seguramente, haber conseguido estas libertades informativas ha sido un avance con innumerables ventajas, pero, como en muchas otras cuestiones de la vida, el uso descontrolado puede llevar al abuso, y eso es lo que nos está pasando cuando no sabemos distinguir entre informar y comunicar y entre opinar y juzgar. Además de los artículos, los programas y los espacios reservados a la opinión, a la comunicación, en los que el emisor tiñe sus mensajes con sus afectaciones personales, sus valores y sus creencias --muchas veces con el único objetivo de persuadir al receptor-- han de existir otros espacios informativos, actualmente menospreciados, cuyo único objetivo sea eso, la información, la mera transmisión de hechos contrastados y explicados de forma objetiva.

Por eso, hago una llamada a la reflexión y apelo a la responsabilidad y a la profesionalidad de todas las personas que, en el ejercicio laboral de su profesión, son los encargados de informarnos para que lo hagan con fidelidad y rigor.

Opinar es cosa de los ciudadanos, y juzgar es cosa de los jueces; no nos equivoquemos.

M. Carmen González **

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