Hace un par de días fui testigo, accidental, de una larga conversación entre dos personas al hilo telefónico. Una de ellas venía de una reciente entrevista de trabajo, de camarera, y le contaba a la otra sus impresiones. Ella trataba de justificarle el haber hecho la entrevista, a pesar de sus tres idiomas extranjeros, y de tener pasión por su trabajo, en el hecho de llevar un ritmo de vida que ya no le resultaba tolerable ni personal, ni profesionalmente. Le decía al otro interlocutor, que su vida era demasiado estrambótica, por causa de ese trabajo, y que quería ser como la gran mayoría, poder tener su casa en un sitio fijo, tomarse un café con normalidad, ir a hacer la compra los sábados. Y para ello, aceptó presentarse a esa entrevista de camarera. Lógicamente, ella insistía cuesta creer que he hecho una carrera y tengo una buena formación, y al final mi trabajo pudiera ser de camarera, y a lo más que podré llegar a servir en varios idiomas un café. Aunque dejó una puerta abierta, por cuanto a la empresa con la que había hecho la entrevista, le apuntaron el hecho de poder ser secretaria del director.

Realmente se podía palpar la angustia de la señora, que ensimismada en argumentar porqué aspiraba a ser camarera, frente a su gran formación, no entendía, por otro lado, que no fueran capaces de ver lo vasto de su formación y lo que podría aportar a esa empresa más allá de ser camarera.

Esa reflexión que esta señora hacía a su otro interlocutor, y tratando de justificar por qué asumir ese nuevo rol profesional, a mí me hizo reflexionar en torno a cómo estamos minusvalorando talentos y formación en un mercado que sigue sin saber adaptarse a nuevos retos. Resulta como mínimo decepcionante si en esa empresa no ven más allá de optimizar la formación de esa futura trabajadora en su incorporación a la empresa. Y hacer valer su trayectoria para aportar un valor añadido a esa entidad mercantil.

PORQUE LO que decía se trataba de una empresa importante con distintos locales y que podría ser de interés contar con este tipo de personas, buen cualificadas y que, por lo que decía, tenía una amplia experiencia en temas de turismos en otros países.

Es evidente que el mercado está como está en nuestro país, y que la proliferación de universidades y titulaciones no han ido acompasadas a las necesidades del mercado. Y resulta un hecho que en este país nuestro hay muchos titulados sorteando el mercado, poniendo su formación a precio de saldo y esto además de ser injusto, resulta altamente frustrante.

Convendría, pues, desde todos los que operan en el mercado en el país poner medios y instrumentos para optimizar capacidad, cualidad y formación en aquellos puestos y responsabilidades adecuadas. Porque si el puesto, y con toda consideración hacia todos los trabajos, que dignifican a las personas, son ocupados por gentes de mayor cualificación, estamos creando situaciones de déficits respecto a aquellas personas de menor cualificación.

TENGO QUE reconocer que esta conversación a mí me produjo una profunda tristeza, por el fracaso de esta sociedad para con aquellas personas que han apostado tiempo y dinero por su formación; y sobre todo, por la escasa capacidad que aún seguimos teniendo para valorar a aquellas personas que con una vasta formación pueden aportar mucho a su empresa, y, por supuesto a la riqueza del país.

La conversación que escuché fue muy casual, pero desde luego no es nada casual tener a conocimos, amigos que efectivamente son minusvalorados en sus trabajos y en sus tareas; no sólo porque el mercado lo dicta, sino, porque sigue habiendo gentes al frente, que no son capaces de valorar el talento, unido a la formación como un activo que siempre si lo optimizas genera riqueza a la empresa y, por ende, a la sociedad.

*La autora es abogada.