XLxo que sucedió en el pasado debate del Estado de la Nación va más allá de una confrontación entre Gobierno y oposición. Abre un nuevo ciclo, un nuevo tiempo político en España, más incluso de lo que pudieron abrirlo las últimas elecciones generales. Aquéllas cambiaron el poder. Pero a lo que se levantó el telón esta semana en el Congreso de los Diputados, la obra que allí se comenzó a representar el miércoles y jueves y que no tiene nada de comedia amable, tiene un calado mucho mayor. Va a sacudir nuestros cimientos, va a sembrar de zozobra nuestros ánimos, va a hacernos dudar de nuestras convicciones porque a lo que va a afectar es al propio marco de convivencia emanado del impulso de libertad y democracia y plasmado en la Constitución del 78. Va a hacer temblar las estructuras del propio Estado, a sacudir las cuadernas y los huesos de la vieja España, a conmocionar colectivamente a los españoles.

No sé si cuando entraron a escena, Rajoy me parece que sí, los dos actores principales lo sabían pero ahora ambos ya son bien conscientes del porvenir que les aguarda.

Desde luego sí lo está ese club de fans de Zapatero , de ERC a BNG pasando por PNV, EA, a los que se les ha unido ahora otro converso al nacionalismo, Labordeta , que le jalean con inusitado entusiasmo para que transite por sus sendas.

La gran masa coral, el pueblo, no empieza sino a detectar que puede estar en juego él mismo, su convivencia y su futuro.

Será, en definitiva, quien tendrá que hablar aunque lo que se pretenda es decidir por él y conducirlo del ramal. Y hablará, no lo duden, aunque crean algunos que tragará lo que le echen si está suficientemente aderezado y se le presenta como inevitable. Sabemos de dónde venimos, pero ahora nos adentramos en un territorio en el que sólo algunos, los separatistas, tienen metas mientras que el resto, la inmensa mayoría, ni sabemos ni entendemos dónde nos llevan y dudamos de que ellos mismos lo sepan.

Ahí estamos, no digo que al borde del abismo sino al borde de lo desconocido, sin que hayamos querido estar. Hemos sido conducidos.

No ha sido ni es el pueblo quien clama ni necesita ni exige derribar los muros de la Constitución ni entrar en esta espiral de reclamaciones e independencias, ya que los autogobiernos son los más desarrollados de Europa y al Estado sólo le queda un 19 por 100.

No. Al drama, porque va a serlo, aunque no tiene por qué terminar en tragedia, nos ha llevado del ronzal una cierta clase política que se retroalimenta de poder, que tan solo tiene en él su fin y su destino y que medra y engorda con particular avidez en esos estadillos ficticios, reinos y reyezuelos de taifas, donde se ha derrochado, se sigue derrochando hoy y se está dispuesto a acabar por dilapidar España.

Y no sólo en lo económico, sino en su propia idea, concepto y patria común y conjunción de energías e ilusiones colectivas de sus gentes. Esta hermosa nación que hoy aún crece, florece y fructifica nació de esa voluntad popular de democracia y de progreso que alumbró la Carta Magna. Y yo me pregunto como creo que muchos ¿puede explicarnos alguien qué ganamos con romperla?

Sabemos de dónde venimos, pero ahora nos adentramos en un territorio en el que sólo los separatistas, tienen metas mientras que el resto, la gran mayoría, no sabemos adónde nos llevan y dudamos de que ellos mismos lo sepan