TSte los suele ver por el paseo de Cánovas, ya muy entrada la mañana los días soleados, acompañando y sosteniendo con sus manos a sus ancianos y a sus ancianas. La mayoría son morenitos --o morenitas--, y si observamos bien sus caras, descubriremos un gesto interminable e involuntario de resignación, como si la vida les hubiera elegido para guardar en sus adentros toda la paciencia que nos sobra a los occidentales privilegiados que no la necesitamos, porque la mayoría de las veces obtenemos lo que queremos cuando queremos. Por sus caras se diría que son hijos legítimos del santo Job --espero que ningún devoto de la hagiografía encuentre en mi expresión una irreverencia--. Me estoy refiriendo a esos cuidadores de ancianos, en su mayoría procedentes de países centroamericanos a los que contratamos por un sueldo módico para que cuiden de nuestros viejos cuando a nosotros nos suponen una carga. Componen un nuevo gremio de trabajadores que día a día va creciendo. Como la mayoría de los inmigrantes, trabajan más horas de las que cobran, y aunque suene a tópico, realizan el trabajo que deberíamos hacer nosotros.

Algunos ciudadanos autóctonos piensan que no los necesitamos, que sobran en nuestro país. Todavía no se han mentalizado de que gracias al trabajo y a la paciencia de estos inmigrantes, muchos de nuestros ancianos están dignamente atendidos y no les falta compañía humana. Entre otras cosas, les achacan ser un peso económico para la sanidad, argumentando que suelen tener muchos hijos, y por lo tanto reciben más asistencia médica de la que costean con sus impuestos. Nosotros, que formamos un país de abusones y trapicheros que nos desvivimos por cazar una subvención estatal y por acaparar todo regalo administrativo posible. Nosotros, que hemos sacado petróleo a las recetas médicas del abuelo pensionista hasta que se impuso el recetazo para acabar con tanto exceso; e incluso simulamos dolencias ficticias para conseguir bajas laborales, ¿ahora venimos con esas?

*Pintor