Que un trabajador inmigrante irregular, en una irregular empresa española de panadería le sea brutalmente amputado el brazo derecho, y puesto por sus patronos de patitas en el hospital (y luego en la calle), y el brazo arrojado al basurero, aparentemente es una anécdota más de la esquizofrénica experiencia cotidiana que sufre la sociedad española respecto de las personas procedentes de otros horizontes que trabajan y conviven aquí.

Inmigrantes utilizados como relleno en los mítines políticos, como el famoso mitin del Partido Popular de la Valencia del siempre bien trajeado señor Camps , durante la campaña de las Elecciones Europeas. Poco les importa, a los estrategas del mensaje electoral, jugar con las expectativas de encontrar un empleo y de regularizar su situación, lo único importante es el colorido que ofrecen en las gradas de la plaza de toro y el espacio que cubren para evitar los temidos vacíos en los que inevitablemente suelen reparar las cámaras de TV cuando informan del evento.

Son algo más que un síntoma las idas y venidas de la financiación de los planes municipales de inclusión de inmigrantes por parte del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social en los últimos meses. Son el flujo y reflujo de la nueva línea ideológica que comienza a instalarse entre ciertos líderes políticos respecto del trato que hay que dar a los inmigrantes en España.

XNO ES QUEx la reforma de la ley de Extranjería que el Gobierno tramita de urgencia en el parlamente en época estival sea una reforma sin más. Busca entre otras cosas restringir el derecho de reagrupamiento familiar, una vez que se ha comprobado que las ayudas para el retorno han tenido escaso éxito.

No es que crezca el racismo en su doble orientación tanto institucional como psicodinámico entre la élite y la población (ya es otro aspecto del debate), es que se comprueba que los inmigrantes son personas que enferman, que necesitan vivienda digna, que se quedan en desempleo con mayor frecuencia que los españoles, que presentan mayores tasas de accidentabilidad como consecuencia de la mayor precariedad que padecen, que la incidencia de la violencia de género es mayor entre determinados grupos de ellos, etcétera. Se trata de reconocer que es ahora cuando se hace más necesario incrementar las políticas públicas de ayuda y apoyo a la población inmigrante (y no tratar de reducirlas). Se hace necesario redoblar los esfuerzos por transmitir mensajes, desde las instancias políticas e ideologías del país, de acogida, aceptación, apoyo y no falsas expectativas que resultan increíbles hasta por los propios promotores de las mismas, a partir de mensajes calculadamente ambiguos, que buscan subrepticiamente sintonizar con ese 16,6% de la población que considera a la inmigración como el principal problema del país, según el barómetro de junio del CIS.

El cúmulo de noticias y situaciones en torno a los extranjeros (los extraños) no son anécdotas desconectadas entre sí. Son el síntoma de que algo está cambiando en relación con la inmigración. No es solo que la llamada opinión pública mantenga vivo un mar de fondo xenófobo sino, lo que es más preocupante, que en grupos sociales encuadrables en ideologías de izquierdas cunda la idea de que la época de la receptividad y la acogida ha pasado con la llegada de la crisis. Que hay gente que sobra aquí. Ningún cálculo electoral a corto plazo puede hacer que se ceda en planteamientos de solidaridad y justicia respecto de los/as trabajadores/as que, en la época de expansión económica, sirvieron para ocupar aquellos empleos que los españoles desdeñaron, incrementando la riqueza económica y dando vitalidad demográfica al país que, según las previsiones de la ONU, iba a descender su población de 39 a 30 millones de habitantes cara al año 2050. ¿Hace falta recordar que somos los más viejos de Europa y que los nuevos flujos migratorios han modificado, para bien, las tendencias negativas de nuestro crecimiento?

*También firma el artículo,

Rachid El Quaroui