Profesor de

Derecho Penal

Nunca logré ser un buen jugador de mus ni de ningún otro juego de envite en el que haya de prevalecer el arte del engaño, o la astucia, para adivinar la realidad ocultada o, a la inversa, para disfrazarla. Así es que, careciendo de tales destrezas, y con menguante candidez, siempre he procurado hacer de la honestidad mi mejor baluarte. El gran inconveniente es que no corren buenos tiempos para los honestos; y menos si el honesto busca o vende piso en Cáceres y decide poner el asunto en manos de algún intermediario. ¿Por qué digo esto?

En las últimas semanas he tenido la oportunidad de participar en el incierto juego en el que un ciudadano de a pie puede verse envuelto si tiene la feliz idea de contratar los servicios de una agencia inmobiliaria. Puede encontrarse de todo, pero de todo lo peor . Ni comprador ni vendedor pisan terreno firme. ¿Cómo podría ser de otra manera, si ni el uno ni el otro sabe con certeza cuánto corresponde realmente al precio del inmueble? Que tal certeza no concurre lo evidencia el hecho cierto (¡éste sí!) de que ambos no pueden hablar de ello durante la visita guiada al inmueble! (¡expresamente prohibido mencionar el precio! --ojo al dato--). Mientras unas inmobiliarias se limitan a rellenar una fichita con los datos del vendedor y una sencilla descripción del piso, sin invitar a leer, antes, lo que en el papelito ya aparece escrito, otras disfrazan sus intenciones simulando un peritaje , (hasta te miden el piso por infrarrojos --en mi caso, con un abultado error frente a los metros obrantes en la escritura --, y te lo fotografían...), para, a continuación, preguntarte que cuánto vale tu piso --pero... ¿no lo acaban de tasar?-- ¿Por qué las agencias no asesoran honestamente?

No acaba aquí la cosa. Resulta que la mencionada fichita --no todas las inmobiliarias la exigen, para algunas con la palabra basta-- es, en realidad, una autorización de venta; un documento que, con unas condiciones innegociables, puede contemplar hasta una autorización para arras (¡sin límite de cantidad!). Lo cual, considero, es mucho autorizar. Porque, ¿qué sucedería si el vendedor ha concertado ya la venta por otro lado ignorando (honestamente ) que el intermediario hiperautorizado ha consumado su encargo? ¿Se lo imaginan? Pues efectivamente: que, en el mejor de los casos, el vendedor (honesto) tendrá que abonar a la inmobiliaria --que, marcándose un órdago , bien pudiera no haber vendido el inmueble-- las arras dobladas (art. 1454 del Código Civil, más gastos ). Esto es sólo una parte. También sucede que si un comprador visita un piso (antes de ello habrá firmado un sencillo parte de actividad , en la agencia), resultará que, si le interesase comprarlo, ya sólo podría hacerlo a través de esa inmobiliaria y no otra. ¿Por qué? Las inmobiliarias podrían alegar que el vendedor firmó un pacto de exclusividad de clientes , ¡que incluso alcanza a los familiares del visitante y se extiende por plazo de un año! (aunque no se pactase una exclusiva de venta ), --unas lo detallan más que otras en la citada ficha del inmueble -- ¿Dónde queda, pues, la libertad de mercado? Si el vendedor autorizó a varias inmobiliarias a ofertar su piso --sin exclusividad--, y si, como he comprobado, no todas las inmobiliarias abusan a la hora de pedir por el piso , ¿cómo podría el comprador-visitante elegir la oferta más ventajosa sin transgredir la vergonzosa cláusula de clientes por la fuerza ? Aunque también para lo del sobreprecio las inmobiliarias tienen una explicación: al cliente (el comprador) siempre le gusta regatear un poquillo, por eso, aunque usted (vendedor) se ha conformado con x pesetas, nosotros primero lo vamos a ofertar por x+n , pudiendo ser n cualquier cantidad a capricho del intermediario --cabría preguntarse qué pasaría con n si el comprador no regatea--. La trampa podría volverse en contra de los tramposos si el comprador-visitante ejercita lo del busque, compare y, si encuentra algo mejor, cómprelo ; porque no falta el intermediario honesto: los empresarios que tratan al cliente como la parte más importante de su pequeño negocio. Estos sí: comentan a ambos por de frente cuál es el precio del piso y cuáles los honorarios; sin jugar al mus cuando de lo que se trata es de ofrecer un servicio.