Diputado del

PSOE y escritor

Los partidarios del Estado laico piensan (pensamos) que la política (lo público) ha de estar separada de cualquier religión. Esta, independientemente de sus expresiones colectivas, debe quedar en el ámbito privado. El laicismo, como expresión de la modernidad, se ha enfrentado y se enfrenta con inercias de muy larga data y ha tenido enfrente, particularmente en España, actitudes virulentas.

Baste con recordar las consecuencias que trajo por estos lares, durante la Segunda República, la decisión de suprimir los crucifijos de las escuelas públicas.

Los proyectos totalitarios de raíz islámica, que pretenden ahora recrear el reino de Dios sobre la Tierra, obligan, sin embargo, a replantearse nuevamente la añosa relación entre laicismo y democracia, pues, si bien se mira, la teocracia islamista que, con razón, tanto espanta, no está muy lejos de Menéndez y Pelayo o del eslogan por el imperio hacia Dios que hemos soportado muchos de nosotros durante nuestra juventud.

Si, en verdad, se quiere ejercer un liderazgo universal asentado sobre los valores democráticos, es decir, sobre los derechos civiles, la mezcla de religión cristiana y Estado no es la mejor carta de presentación.

El sentimiento religioso y sus expresiones constituyen un derecho que, en democracia, se ejerce libremente, pero de este derecho no se deduce que haya de asumirse desde la escuela pública la enseñanza de religión alguna.

Una simbiosis imposible entre la ciencia y la catequesis.

Una situación confusionista que proviene de un concordato firmado, a mi juicio, bajo presión y que por ello ha de ser urgentemente modificado.

Obviamente, la enseñanza de la religión católica en las escuelas españolas nada tiene que ver con el adoctrinamiento fundamentalista, pero se admitirá que levantar, una vez más, polémica y bandera en torno a la Religión como asignatura o el Hecho Religioso como sustituta de la anterior es, al menos, inoportuno. Al fin y al cabo, aquéllos, los fundamentalistas, podrían argumentar que en todas partes cuecen habas.

El asunto se deriva de una, a mi juicio, mala solución constitucional que en 1978 diseñó un Estado aconfesional, pero no laico. El convenio (concordato) ya citado entre la Santa Sede y el Estado español firmado en los años 70 es la segunda pieza jurídico-política que explica la ambigua relación existente entre escuela y religión. A ello se han venido a sumar las políticas, claramente pro-confesionales, del Partido Popular, que cambia ahora la anterior asignatura-sustituta, llamada Etica, por otra que lleva el nombre de Hecho Religioso.

Es evidente que quien ignore absolutamente el significado del hecho religioso como componente histórico no será capaz de entender la sociedad en la que vive. Baste imaginar a un marciano que, no sabiendo quiénes eran Jesucristo o la virgen María, entra en el Museo del El Prado. Es obvio también que la religión es más relevante en la historia de Europa que los reyes godos, pero ambos pueden y deben estudiarse en la asignatura correspondiente, obligatoria para todos.

Si se admite, por las malas razones jurídicas expuestas, que la enseñanza de la religión es un derecho de los padres católicos, de ello no puede deducirse, sin más, que ese derecho se convierta en una obligación para los hijos de padres no católicos, quienes se ven forzados a cursar una asignatura ad hoc que se les impone a ellos y no a los católicos.

La asignatura de Religión, que imparten profesores nombrados (y separados) libremente por la Iglesia, obvio es decirlo, no es otra cosa que una catequesis, lo cual no debiera obligar (a quienes no la desean recibir) a cursar otra asignatura de la cual no se benefician los catecúmenos. No hay argumento que avale semejante disparate curricular, a no ser que se tome por tal la razón que dieron en su día los representantes de la Iglesia católica cuando discutieron este asunto con el Ministerio de Educación, entonces regido por los socialistas.

Ante los argumentos ministeriales que se oponían a cualquier asignatura sustituta, los curas se plantaron diciendo: "Si la alternativa a la asignatura de la Religión es el recreo, se vaciarán las aulas donde se imparta Religión". Una razón práctica, aunque poco kantiana, que delata un profundo pesimismo acerca de las convicciones de los fieles. Vaya por Dios.