El PP y el PSOE han acogido con preocupación el ascenso de Esquerra. Por razones distintas, los dos grandes partidos españoles ven en la subida del nacionalismo radical catalán una mala noticia que amenaza sus estrategias ante las legislativas del 2004. El PP sabe que si pactan CiU y ERC, luego Carod no consentirá que los convergentes apoyen a los populares en Madrid en el caso de que Rajoy no obtenga una mayoría absoluta. El PSOE estima que la pérdida de votos y escaños de Maragall desgasta a Zapatero, ya erosionado por la recuperación aznarista en las municipales respecto de los sondeos del momento de la guerra de Irak, y lastrado luego por la derrota de la izquierda en la Comunidad de Madrid.

Fuera de Cataluña ha causado pavor que el primer gesto de Carod en el momento del éxito fuese agradecer la felicitación de Ibarretxe. Ante eso, no puede extrañarle a nadie que Rajoy les haya pedido a Mas y a Maragall que marginen a Esquerra, un planteamiento que apuntaría directamente hacia un acuerdo CiU-PSC. Pero ese pacto es muy difícil que se produzca cuando están en juego el control del espacio nacionalista catalán y la posibilidad de implantar en el Ejecutivo de Cataluña un mandato progresista.