Abogada

Los cursos de verano en nuestro país dan para mucho, especialmente para multitud de titulares en los medios de comunicación, en un período en el que las noticias empiezan a mostrarse remisas. Esta semana he leído dos informaciones que, quizá, tengan relación la una con la otra, pues en el trasfondo de las mismas nos describen una sociedad eminentemente egoísta, ensimismada en su bonanza económica que, para muchos, no es tanto. Un primer dato está referido a la sociedad de la "utilidad", aquélla que desprecia a los que, en principio, ya no son productivos, apuntando directamente a los mayores como enclaves de esa recesión casi moral.

La soledad de nuestros mayores empieza a preocupar por lo que significa de intolerancia hacia aquellos que necesitan de una sociedad más solidaria, capaz de devolver un mínimo gesto de gratitud hacia aquéllos que lo han dado todo. Me viene a la memoria la imagen casi sistemática de un señor mayor, tras los cristales en una residencia geriátrica, ensimismado en la calle, bajo el blindaje de su falta de independencia; siempre me he preguntado cuando lo he observado: ¿Tendrá alguien que le quiera?, ¿será capaz este viejo señor de comprender tanta indiferencia gratuita?

El otro dato es el del ránking de la pobreza. Una vez más, las estadísticas nos golpean mostrándonos que más de la mitad de la población mundial vive entre los límites de la supervivencia, que esta especie de civilización globalizada --para algunos-- no acaba de dar respuesta a lo que es la injusticia más grave de esta sociedad mediatizada, la de ser incapaz de impedir que un ser humano muera de hambre.