TLtos primeros veinte años de nuestra existencia lo que digan y piensen de nosotros nos importa un higo. Además, lo propio es que los más experimentados siempre pongan en solfa la actitud y el modo de vida de los más jóvenes, expuestos a los peligros gozosos y a la crítica de padres, abuelos y demás. A este exiliado le tocó de lleno el botellón; llovían desafectos por todos lados: educadores, vecinos, padres, autoridades... Ahora se llevan los ninis, los indolentes, sin oficio y con mucho beneficio. Juventudes descarriadas de toda la vida. Pero lo llamativo y sintomático es que, cuando a estos últimos se les critica o se cuestiona su comportamiento en público, de la pasmosa indiferencia pasan a agredir al agredido; se responde con virulencia y descaro a la reprobación. Hoy en día, reñir al vándalo de la scooter o al pitufo makinero que martillea a la hora de la siesta o destroza el mobiliario urbano es una temeridad. Puede uno acabar en la cárcel, por soplagaitas. A mí, gracias al cielo, aún no se me ha olvidado que fui joven; hice ruido, vestía con harapos, pensaba en cualquier cosa. Pero conocía mis límites. Ahora todo resulta más sórdido. Nuestros jóvenes se creen cada vez más dioses. Y nada de lo que les digamos les hará cambiar. Sus contestaciones no son respuestas, son una provocación. Si las acusaciones arrecian o ven zozobrar su status quo, se te echan encima, como si fueran avezados políticos. Ahora no es como antes (no mucho antes), cuando nos pillaban dándonos un morreo en la calle y alguien nos recriminaba que eso era una guarrería. Ahora, si te pillan prevaricando, es una campaña orquestada; si algo no se ajusta a la ley, se modifica el plan o se añade la correspondiente coletilla. Si ocupo un cargo y soy incompetente o un corrupto, resistiré hasta el juicio final. Y si, al final, todo es un fiasco tremendo y no cuadran las cuentas, ya las abonarán los pringaos de siempre. ¿Recuerdan lo que les decía Pilar Manjón a sus señorías en la comisión del 11-M hace algunos años? La sociedad española ha madurado. Habrá que esperar a que nuestros jóvenes representantes les baje el acné y la soberbia. Porque ya ni se molestan en disculparse, justificarse ni dan explicaciones. Contraatacan, y de qué manera. Mientras, los que no somos nadie, seguimos pagando sus destrozos y mentándoles: dejados, irresponsables, insolentes.